Por. José C. Serrano
Alonso Ancira Elizondo, expropietario de Altos Hornos de México, recientemente fue egresado del Reclusorio Norte, donde permaneció dos meses, cumpliendo una medida precautoria ordenada por la autoridad judicial. A la salida del penal se le veía contento, repartiendo sonrisas a sus amistades, conocidos y curiosos. Entre los dedos índice y medio sostenía un habano (puro) de considerable calibre. Acomodado en una camioneta Mercedes Benz, color negro, blindada, emprendió el camino rumbo a su mansión.
La camioneta Mercedes Benz y el habano son símbolos de una magna prosperidad, para quienes siguen anclados a los rituales de una burguesía caduca, en decadencia. La imagen de Ancira es la caricatura de un personaje creado por el caricaturista, historietista y escritor Abel Quezada Calderón (Monterrey, Nuevo León, 1920, Cuernavaca, Morelos, 1991): don Gastón Billetes, vestido con traje a rayas, puro en la mano derecha y un anillo colocado en la nariz, coronado por un enorme diamante.
La escenografía montada para celebrar la libertad del potentado tenía la pretensión de sorprender incautos (apantallar pendejos, dirían en el barrio) y, lo consiguió. Los encabezados de la prensa consignaron el hecho y, las imágenes televisivas reiteraron el acontecimiento.
Desde su ingreso al Reclusorio Norte, Ancira dio muestras palpables de que es un embustero compulsivo: logró, mediante una muy cultivada mitomanía que lo asistieran en el servicio de enfermería por una crisis hipertensiva; quería ser trasladado a un hospital privado y, mantenerse ahí hasta lograr su recuperación. Como no consiguió su propósito, exigió que le permitieran que su médico particular lo examinara ahí en el penal. Como era de esperarse, el médico de marras redactó un reporte cargado de exageraciones sobre el estado de salud de su paciente. Y sigue vivo, hasta la fecha.
La pseudología fantástica, como se le conoce también a la mitomanía, hace referencia a un trastorno psicológico, por el cual la persona afectada, denominada mitómano o mentiroso patológico tiene una conducta repetitiva del acto de mentir, lo que le proporciona una serie de beneficios inmediatos como la atención. El verdadero fin de la mitomanía es deformar la realidad para contar una historia personal más llamativa.
A pesar de que el mitómano hace todo lo posible por no ser desenmascarado, cuando esto sucede y se comprueba la naturaleza falsa de sus historias, el mitómano obtiene el efecto contrario al deseado, es decir, sus amistades y conocidos tienden a rechazarlo y aislarlo al sentirse engañados.
José María Martínez Selva, en su libro Psicología de la mentira, afirma que “existen enormes diferencias individuales, de forma que hay personas que son muy buenas y expertas en engañar y otras que aparentemente son incapaces de mentir sin que se les note. Los actores son especialmente buenos para mentir debido a dotes naturales y a la práctica. También tienen fama de serlo los políticos, los vendedores” (Ancira ha sido un vendedor a gran escala).
Muchos mentirosos consiguen engañar, porque se creen lo que están diciendo. Hay personas que son capaces de engañar a cualquiera, incluso desde que son niños. Con la práctica, hay gente tan experta en mentir que es difícil que se detecten sus mentiras, incluso cuando son expertos quienes los examinan.
Un narrador de excelencia, que cuente con datos duros relacionados con la biografía de Alonso Ancira Elizondo, bien podría hacer señalamientos puntuales de la fechas, lugares y circunstancias en las que el empresario haya dejado la huella imborrable de su actuación como embustero compulsivo.