Carlos Arturo Baños Lemoine.
Un nuevo video-drama feminista ha salido a la luz, con todos los ingredientes de llanto ante las cámaras, de emotividad efectista y de morbo mediático que suelen acompañar a estas cosas.
En el marco de una entrevista farandulera, la modelo Frida Sofía acusó a su famoso abuelo, Enrique Guzmán, de haberla manoseado desde los cinco años, sin especificar cuántos años duró el abuso. Y de paso también dijo que lo mismo le hicieron algunos de los novios de su mamá, la cantante Alejandra Guzmán, mientras ésta se hallaba dormida o inconsciente por el abuso del alcohol y de otras sustancias.
Vaya, en pocas palabras, habló de una serie de abusos sexuales de todo tipo, a lo largo de muchos años, ante la indiferencia de su propia madre y de su nana, las cuales también ejercían violencia física y psicológica hacia ella.
Todo un drama de vida… ¡si es que todo eso fuera cierto! Y puede serlo, como también podría no serlo. La verdad nunca la sabremos: son palabras de un lado contra palabras del otro lado. El clásico: “Es tu palabra contra la mía”.
Puede ser cierto que Frida Sofía haya sufridos todos esos abusos y maltratos, pero también puede ser cierto que la joven padezca de mitomanía, es decir, de esa tendencia a mentir de manera patológica para llamar la atención, para generar lástima, para fastidiar a otras personas a través del relato falso, para justificar los propios errores o las malas decisiones personales, etc.
Podría ser el caso ya que, tras haber realizado sus graves acusaciones, la prensa de espectáculos comenzó a recordar y a repasar varias de las entrevistas en las que Frida Sofía habla maravillas de su abuelo, diciendo que lo extrañaba y que deseaba verlo.
Demasiada bipolaridad. Hay algo que no cuadra: nadie extraña ni desea ver a quien tanto daño le hizo, salvo que ya estemos hablando de una relación perversa, enfermiza, sado-masoquista. La gente normal no desea tener enfrente a un abusador, a un maltratador.
¿Cuál es la verdadera Frida Sofía? ¿La que acusa al abuelo de “asqueroso y abusivo” o la que extraña y desea ver a su abuelo “súper cool”? Cuando la lógica falla es porque existe un evidente desajuste psicoemocional y, a falta de pruebas fehacientes, todo esto nos debe llevar al escepticismo.
Lo más patético de todo esto es que, de inmediato, las redes sociales se llenaron de crédulos. Bajo la batuta del “¡Yo sí te creo, hermana!” que la mitología feminista ha inoculado en nuestra sociedad, muchas personas le creyeron todo a la muchacha, sólo a partir de un video-drama. Creer como acto dogmático y religioso, como acto de fe.
Así son nuestros tiempos de “posverdad”, como ya lo hemos dicho antes: la verdad no como un relato que se ajusta a la realidad objetiva y que resulta demostrable por vía empírico-racional, sino como una idea que se apoya en emociones profundas y facilonas, y con la cual se pretende moldear la opinión pública y las conductas colectivas.
Las visceralidad y la empatía autocomplaciente son fundamentales para la “posverdad”: miles se quieren aliar con la “víctima”, aun cuando su papel de “víctima” no haya quedado demostrado. Y la voluntad de mucha gente se gana con un simple relato lacrimógeno. Gente fácil de convencer cuando la racionalidad se va de vacaciones.
En el caso que nos ocupa, las cosas se calentaron aún más cuando Enrique Guzmán también se plantó ante las cámaras y también lloró mientras rechazaba las acusaciones de su nieta.
A la fecha, esto ya se volvió una guerra de mensajes, declaraciones y videos de integrantes de las familias Pinal y Guzmán, cada quien tomando postura según sus propias creencias. Y las redes sociales se han encendido tomando partido: “¡Yo sí te creo, Frida!” o “¡Yo sí le creo, don Enrique!”. ¿Y la verdad? La verdad está ausente, porque la verdad no importa.
Vivimos en una sociedad estridente y efectista, desafortunadamente. Por ello la mitología feminista ha ganado tanto terreno: el histerismo colectivo resulta ser un excelente caldo de cultivo para la “posverdad”.
Para colmo de males, ni siquiera hemos sabido sacar provecho de este melodrama: poco o nada se ha hablado sobre la importancia que tiene el que los menores siempre se hallen en condiciones de protección y cuidado, dentro y fuera de la familia, justo para que nadie pueda hacerles daño.
¿Y saben por qué, mis queridos amigos, no queremos entrarle al tema? Porque sabemos muy bien que son millones las familias mexicanas que todos los días, a todas horas, dejan a los niños en la más extrema de las vulnerabilidades.
Mejor mirar la miseria ajena, antes que ver la propia.
Y las cosas, júrenlo ustedes, no cambiarán. Así que esperemos sentados el siguiente video-drama “con perspectiva de género”.
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Esta videocolumna de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.