El lugar político de la mujer

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

Es la hora de las mujeres en la política y no les cae el veinte ni a la mayoría de los políticos, ni a ellas.

Los primeros buscan como siempre salvar un obstáculo que impida socavar al club de Toby, al aburrido y lento club de los misóginos, para repetir los mismos chistes sucios y los comentarios mendaces machistas, que mas bien muestran frustraciones acumuladas, porque las féminas con un elevado o mediano nivel de preparación, no se explican los méritos de la secta de adoradores del líder, para ser acaparadores del poder y su atención. Concluyen que las complicidades son los nexos reales, inconfesables e indestructibles.

El drama de Rosario Robles, es una muestra de que aún en los temas de justiciería, que no estrictamente de justicia, las mujeres pierden más.

La exsecretaria de Peña, ha sido cobardemente traicionada por todos lados. Se aceptan contra ella artefactos testimoniales de fábula. Emilio Zebadúa quien era su personero de recursos y cómplice sobresaliente, resulta en su versión falsaria, un obediente burócrata forzado a una suerte de suciedades por sometimiento; y como la especie lo difunde como víctima y no como cerebro de inmundicias, obedecerá también al juez, que le ordena aventar a la mamma de los mafiosi, sin toda la banda de rectores y otros pillastres.

Pasa hasta con la Megan Markle a quien le toca cargar el sambenito de abonar desprestigio para dejar a la corona británica en vilo. Como si el largo y escandaloso episodio de Carlos, con la Camila, no hubiera sido la causa relevante de la mala fama, que con el trato dado a Diana, la influencer del siglo pasado; y cada uno de los despapayes de toda la familia; no hubieran aportado evidencias de la inutilidad de una estructura que solita contribuye a su extinción.

Es innecesario, por cierto, decir que fue la señora Thatcher, tan odiada por los inventores del burocratismo sobreacumulado, quien libró de la ignominia económica y financiera el esqueleto en el que quedó el Reino Unido, cuando el código de la guerra fría de liberar al colonialismo antes de que se adhirieran a los comunismos en boga, los dejó en la penuria. Ella, la jefa, de lo que se llama hoy neoliberalismo, en todo caso, el auténtico, nada que ver con las raterías de la clica de atlacomulcas y lozoyas, de hecho, todavía intocables. Como dicen las feministas, el pacto cubre a todos los de ese gabinete hediondo, menos a la que aguantó no aventar al chino Chong.

¿O no es así mis eficientes y expeditos fiscales?

Por eso las mujeres deben amanecerse a la igualdad ante la ley, como va.

Sin cuotas o con cuotas, es un tema de pundonor.

No se interprete como lo hacen la mayoría de los partidos, por verse forzados a buscar mujeres, para llenar los expedientes de los requisitos, prefiriendo en la vastedad de los casos, las que no protestan vaya, ni por ellas mismas.

En el otro extremo de la novedad, están las mujeres con vacíos culturales, las sectarias que fueron indoctrinadas en los CCHs en la fe de Simone de Beauvoir, la masoquista que el pervertido de Jean-Paul Sartre hizo dudar de su realidad natural.

Sartre un ocioso cuasimódico físico resentido, que empezó fusilándose a Soren Kierkegaard, al que siempre malinterpretó, para acabar renegando del existencialismo, para el cual no tenía cabeza; y no porque esa corriente sea, como dice el pueblo, el non plus ultra, sino que sencillamente el sádico no entendió. Luego salió con la embajada de que era del club de odios, y se declaró marxista. Por eso les decía a los marxianos (sic) “andrajosos intelectuales”, el jefe de sociología de Harvard, Daniel Bell, en su memorable libro la Sociedad Postindustrial, un prolegómeno del siglo pasado de lo que sucede hoy. Muchos deberían hojearlo para saber como estaba el plan desde entonces.

A la pobre de Simone, el impotente de Sartre le hizo creer que la mujer no nace, se hace… ¡hágame el recanijo favor! Lo que es tortura mental persistente, el sadismo severo para agredir una mujer por odio de clase, ya que la pobre Beauvoir, no era de lo mas bajo de la plebe, como si era el Sartre; que se solazaba verter raíces de amargura, que Simone, mujer de talento pero ya afectada de sus cabales, defecó en su libro, que se convirtió en cabecera de las frustradas.

Es la hora en cambio, de las verdaderas mujeres, que no necesitan saber lo que son, las que no pueden ser engañadas de lo obvio.

En esta elección saldrán muchas o pocas, el chiste es que incursionen para darle a la política el sentido grato y genial de Isabel primera de Inglaterra, de la Católica, cerebro de la hispanidad, de Catalina de las grandezas de Rusia, o de la Merkel que le toca lidiar con la fanaticada de los partidos musulmanes que quieren engullirse a Alemania con el terrorismo cada vez mas cínico. Hay otras, la Cristina de Argentina y allí, nefastas como la Isabelita y manipuladores como Evita. De esas mejor no.

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