Jorge Miguel Ramírez Pérez.
Han pasado 27 años del infortunado deceso de Luis Donaldo Colosio en Baja California. En este tema hay más de lo que no se ha dicho, de lo mucho que se ha publicado para permanecer enredado.
Ayer muy poco se escribió en el aniversario; y fuera de conjeturas incompletas de parte de un analista informado, Jorge Fernández Menéndez; lo demás, son lugares comunes, sin trascendencia y siempre dentro de una línea de fantasías sobre la persona y sobre los culpables.
El tiempo buen consejero de la historia nos fuerza a pensar políticamente sobre el suceso y lo que se derrumbó con ello.
En primer lugar los hechos señalan evidencias: Colosio nunca ha sido homenajeado por ninguna autoridad nacional, estatal o extranjera, como por ejemplo, Alvaro Obregón una víctima de rango político, que sí fue incorporado al panteón de los prohombres de la Revolución, sea lo que sea que ello signifique. Sin embargo, algo hay de similitud de ambos sonorenses, a Colosio los mismos perpetradores lo hicieron el héroe político que nunca fue.
A Colosio le endilgaron que sus fines eran antisistémicos, y que él, con valentía iba darle un rumbo a México y “que no lo dejaron”. Nada mas lejano de la realidad. Rollos idealizados para el consumo de masas desinformadas.
Luis Donaldo, con todo respeto, era una imposición directa de Salinas, de nadie más. Ese puede ser el problema mayor del entorno que tanto se ha mencionado. Porque con su candidatura, los intereses de la clase política priísta seguirían sin pleno juego, como sucedió bajo la presidencia de Salinas; pero sobre todo, Colosio, excluía una parte del triunvirato que formaban los Salinas: Carlos, del que era incondicional, Raúl el rival del primero y Don Raúl, el jefe de la gerontocracia que acordaba con él y no con el presidente.
El capricho de Carlos, como lo veía Raúl, era tan personal que ponía en riesgo la secuencia geopolítica de los presidentes mexicanos. Un repaso de ello, lo explica.
Durante el siglo XX en la primera parte fueron los militares hasta Ávila Camacho, ligados sobre todo, por las guerras mundiales, a la influencia “fantástica” con las fuerzas armadas estadounidenses, como hace poco calificara el jefe del Comando Norte, Glen Van Herk la relación con los militares mexicanos.
En la guerra fría 1945-1989, la preminencia fue del Departamento de Estado y de sus órganos de inteligencia los que permitieron a Alemán, Ruiz Cortinez, López Mateos; Díaz Ordaz -que en realidad fungió como presidente en su gobierno y como si lo fuera, en el de López Mateos, -un tipo aficionado a las francachela-, a Echeverría y a un híbrido, disfrazado de financiero, López Portillo; cuando la FED, hizo surgir el Banco Mundial, el FMI y al patrón dolar, en vez del oro; y surgió el proyecto modernizador, que fue el tramo previo al de la transición geopolítico a la democracia, con dos burócratas de las finanzas: Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, que ya tenía el compromiso desde que inició su sexenio, de ascender a un sucesor aparentemente improvisado: Ernesto Zedillo, hijo de un mexicoamericano, que de la nada, de una oscura oficina de Hacienda saltó a la oficina que hacía presidentes: Programación y Presupuesto.
Era claro, Zedillo era el elegido por las fuerzas financieras ya fueran personificadas por la familia Bush, o incluso por Lloyd Bentsen, Secretario del Tesoro con Clinton y padrino de Pedro Aspe, el de Hacienda.
Cuando en carne propia se dió cuenta Carlos Salinas, que un presidente no hacía presidentes, a pesar de la burda especie difundida en el populacho que hasta la fecha se cree, de que eran todopoderosos; fue demasiado tarde. Bastaba un simulacro de rebeldes con rifles de palo, de juguete, como fue la rebelión mediatica de los indígenas de Chiapas, y una campaña en los medios internacionales, para hacerle sentir al entonces candidato de la OMC, al mismísimo Carlos Salinas, que debía recular de su ambición de manejar marionetas que además no lo eran tanto. Colosio se negó a renunciar.
Y en las inmediaciones de California,ante representantes de la clase política nacional de todos los grupos priístas, tal como fue el crimen de Julio César, como lo relata Shakespeare, todos, absolutamente todos le clavaron el puñal de la traición al novel candidato, le echaron montón; que se fue, sin entender que fue lo que le pasó. Auténticamente se cayó para arriba. Terrible.
Con la caída, se cayó también el sistema político mexicano, que siguió las pasos de una democracia de simulación y siguió el batidillo, que hasta ahora casi nadie entiende.