Texto y fotografía: Berenice Sevilla
Ni el Covid-19 ni las murallas, para “resguardar” el primer cuadro de la Ciudad de México, fueron impedimento para que cientos de mujeres salieran a gritar su coraje y rechazo al desdén oficial.
A diferencia del 2020, este año no salieron las abuelas ni familias completas, tampoco hubo los contingentes multifacéticos; este 2021 salieron, en su mayoría, las más rebeldes.
Esta vez, los cubrebocas y paliacates verdes y morados cubrían más sus jóvenes rostros, solo se asomaba su mirada, esa que dice más que todas estas líneas.
El coraje y la indignación se leía en las pancartas y se escuchaba en las consignas, ¡Un violador no será gobernador!, ¡Vivas nos queremos!, ¡No se va a caer, lo vamos a tirar!, ¡AMLO eres un macho!. Y no era para menos, las vallas que impusieron so pretexto de resguardar el patrimonio histórico, provocó más la indignación. La respuesta: un memorial con los nombres de las miles de víctimas de feminicidio. “Faltaron vallas”.
Para las autoridades locales no bastaron las vallas, desplegaron mil 700 mujeres policías en distintas calles para contener a aquellas manifestantes que llevaran “armas” u objetos que pudieran dañar.
Eso no impidió la marcha de las mujeres, tenían que ser escuchadas y plasmarse en ese gran muro que rodeaba Palacio Nacional.
La lucha contra las placas de acero, que pretendió minimizarlas e invisibilizarlas, las hizo más fuertes. Por más de cinco horas intentaron derribarlas, logrando tirar sólo una parte. A cambio, recibieron gases lacrimógenos. Cuanta falta de tacto durante el intercambio de agresiones. Los prometidos protocolos del Gobierno de la CDMX no se cumplieron.
Así transcurrió este 8M, sin guardar silencio, gritando por aquellas que dejaron sin voz; con la exigencia de justicia para las que estamos y las que les arrebataron la vida; con la bandera de la igualdad y la dignidad. Y aunque muchas y muchos no simpatizan con las formas, ellas estuvieron ahí.
