Aurora Aguilar.
Camila es una alumna de primer grado de secundaria que vive en Querétaro. A sus 12 años, ante el hecho de que su escuela no hubiera hecho absolutamente nada al respecto de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer o del 09 de marzo, Día del Paro Nacional de Mujeres, le explicó a su maestra que ella era parte de la conmemoración y que le pedía le cambiara el examen del martes para el lunes porque estaría en paro. La maestra, sensible al tema, le dijo que por ella no había problema y que le pondría el examen el lunes 08 pero que antes debía comunicárselo al coordinador. El señor coordinador, por supuesto, respondió que la escuela no era parte de esas actividades y que Camila debía presentar su examen el martes 09.
Como respuesta, Camila mandó una carta a su escuela preguntando porqué la institución ignoraba la conmemoración del 8M y del 9M; fue clara al decir que ella no tenía problema en presentar su examen cualquier día pero que quería ser parte del Paro Nacional de Mujeres. Al escribir estas líneas, sigue en espera de la respuesta del colegio.
El movimiento de mujeres es mundial, no pertenece a corriente política ni ideológica alguna y las mexicanas no estamos importando ni señalando nada este año que no hayamos hecho antes, la única diferencia y para muy bien, es que cada vez somos más. Si cierran zócalos, marchamos igual, si levantan muros, los usamos como pizarrón para enseñarles la lección, si nos dicen histéricas, componemos cantos de libertad, si dicen que somos unas cuantas, nos hacemos una con las jacarandas para llenar las calles de violeta, si nos felicitan por el día de la mujer les decimos que conmemoramos la muerte de cientos de obreras a quienes asesinaron quemándolas encerradas por luchar por sus derechos laborales, si nos dicen que nos dan espacios en lo público, les decimos que son nuestros por derecho propio.
Aquí estamos como ellos nos dicen, las broncas, locas, irreverentes, insumisas, mandonas, exigentes. Aquí estaremos siempre que ataquen a una, que le falten al respeto, lastimen, humillen, amenacen, golpeen, violen, desaparezcan a una. Mientras sigan pisoteando el eminente respeto que como personas merecemos, aquí seguiremos. Las barreras no detienen nuestro andar, los cubrebocas no callan nuestra voz.
Camila no es hija de activista o política alguna; su mamá es una mujer inteligente dedicada preponderantemente al trabajo doméstico y de cuidados que ha aprendido a distinguir los micromachismos y la discriminación y por ello dialoga constantemente con su hija. Camila es una joven que se informa, escucha y se construye criterio personal. Ella no salió a marchar, no pintó ningún monumento, no subió consignas a sus redes sociales pero con una carta cambió su universo y se convirtió en esperanza presente.
Camila es la encarnación de lo que las activistas soñamos: que todas las mujeres y niñas de esta y las próximas generaciones conozcan y ejerzan en plenitud sus derechos humanos, que estén conscientes que no es graciosa concesión sino merecimiento solo por existir que se les reconozca y respete su derecho a vivir en paz y sin violencia y que no necesitan el permiso de nadie para ser, amar, decidir y vivir en libertad.
Hoy, cantamos nuestro himno, el de las niñas y mujeres mexicanas y se oye fuerte: que retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del amor.