No; no hay toro

Félix Salgado Macedonio

Aurora Aguilar.

Desde tiempos inmemoriales, el toro ocupó un lugar importante en la vida de los seres humanos; le ha adorado como dios, representado en arte como el minotauro, le ha alimentado y, en algunas culturas como la nuestra, criado, cuidado y evolucionado en su genética como centro de la tauromaquia.

El toro de lidia debe tener algunas características que lo hacen el único animal al que el ser humano rinde tributo de pie cuando ha lucido a plenitud sus características naturales. El carácter de cada toro se denota cuando enfrenta su destino en un ruedo frente a un ser que además de inteligente debe, aprovechando las cualidades de su adversario, crear arte. Inteligencia y belleza frente a fuerza y carácter natural. Uno frente a otro, ese es el dilema.

Estos toros deben cumplir con ciertas características para luchar por su vida; entre otras, bravura, nobleza y trapío, mismas cualidades que destacan positivamente a a las personas que también las poseen. A saber:

La bravura hace que el toro se crezca al castigo en lugar de sucumbir ante el miedo, el dolor o la timidez; la nobleza permite su cuidado en el campo, traslado y embestida siempre fija a la muleta y de frente, nunca agazapado o vengativo. El trapío muestra su incomparable poderío, gallardía y belleza; hasta la muerte conserva su independencia ya que mientras otros animales a fuerza de castigo, terminan por doblegar su naturaleza para obededer al domador, el de lidia no será domesticable, sino verdad pura.

Todas estas características hacen a un toro de lidia la más hermosa, libre y poderosa de las bestias. Ante ello, saber que el ciudadano (para señor le falta un rato) Félix Salgado Macedonio, violador, violento, bravucón, cobarde ante las mujeres y el poder se autonombre “Toro sin cercas” solo adiciona ignorancia sobre esa magnífica criatura a su larga lista de anti cualidades.

Al momento de escribir estas líneas, el ciudadano Salgado sigue considerado en la contienda para gobernar Guerrero. Goza de presunción de inocencia legal, que no social, gracias a que la fiscalía y el poder judicial del Estado se han hecho sus cómplices al no hacer -por consigna- su trabajo y esta muestra de impunidad ruin y vergonzante, inexplicablemente, no mueve a los jerarcas a hacer lo correcto: buscar inclinar la balanza de la justicia a favor de las mujeres violentadas.

En lugar que el Estado proteja y otorgue prioridad de atención a las víctimas, vemos con impotencia y frustación como el sistema mantiene viva la posibilidad que el violentador llegue a ser gobernador. En términos de peligrosidad, si hay que comparar al ciudadano Salgado Macedonio con un animal, habría que hacerlo con una serpiente venenosa. No; no hay toro.

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