Carlos Arturo Baños Lemoine.
En días pasados, un video se volvió viral y dio mucho de qué hablar. Una joven, de nombre Nath Campos, subió un video para acusar a un amigo suyo de abuso sexual. El chavo se llama Ricardo González, alias “Rix”.
Ambos forman parte de ese sector de la juventud actual que acostumbra subir a las redes sociales videos intrascedentes y superficiales, pero atractivos para muchas personas, sobre todo para jóvenes de su mismo perfil. Son youtubers e influencers.
Según el relato de Nath Campos, injustificadamente largo y con muchos cortes, hace algunos años salió de parranda con sus amigos youtubers e influencers, a los que, según ella, conoce desde hace muchos años. Debido al consumo inmoderado de alcohol en el que incurrió, algunos de estos amigos se ofrecieron a llevarla a su casa; Ricardo González entre ellos. Y éste, aprovechando su estado de alcoholemia, abusó sexualmente de ella al llegar a su casa. Todo esto según el relato de la joven.
¿Con qué pruebas acompaña su acusación? Con ninguna. Al igual que en muchos casos de similar naturaleza, la supuesta víctima sólo relata “su aciaga experiencia” derramando lágrimas continuamente, buscando ser creída por los televidentes, buscando generar empatía a partir de la compasión. Pero de pruebas, nada.
Desde la psicosis colectiva que acompañó al fenómeno feminista #MeToo, en el 2017, se ha disparado este fenómeno: el videodrama feminista, sobre todo entre las jóvenes. ¿Quién no recuerda el video de la argentina Thelma Fardín acusando de violación a Juan Darthés, esto a finales del 2018? La presentación del video respectivo fue todo un show melodramático; además de que Thelma Fardín estuvo rodeada de varias artistas argentinas que portaban, convenientemente, un pañuelito verde. Pero de pruebas, nada.
De pruebas nada, de pruebas nada, de pruebas nada.
Y esto no nos extraña, porque ya sabemos que la mitología feminista, que es irracional por naturaleza, le apuesta sobre todo a ese fenómeno de masas llamado “posverdad”: la imposición de una idea como “verdad” apelando a las emociones de las masas acríticas, crédulas, amorfas y manipulables. A la “posverdad” no le interesan los datos objetivos, ni las relaciones causales, ni las evidencias empíricas, ni las demostraciones racionales: le importa la “corrección política” y las irracionales creencias de las masas.
¿O de dónde creen que surge la ya famosa consigna feminista “¡Yo sí te creo, hermana!”?
¡Por supuesto: surge de la “posverdad”!
Así es: se trata de creer, no de demostrar. Se trata de un acto de fe, de la manifestación de una creencia. A falta de pruebas, pues que vengan los dogmas, cual si se tratara de una religión más.
Muchas veces lo hemos dicho y los hemos demostrado: el feminismo hunde sus raíces en el irracionalismo. Y, como también lo hemos dicho y lo hemos demostrado, el feminismo es retrógrado, porque pretende arrojarnos a tiempos idos de la historia del Derecho Penal.
Por supuesto que una sociedad moderna aspira a que se castiguen todas las conductas delictivas, incluidos los delitos sexuales. Pero también aspira a que esos delitos se investiguen y se demuestren por vías científicas, ya que la ciencia es uno de los componentes fundamentales de la sociedad moderna.
El Derecho Penal Moderno ha avanzado con mucho trabajo, sobre todo a lo largo de los dos siglos más recientes de nuestra historia. Pero lo que quiere el feminismo es que estos avances se anulen, para imponer sus dogmas y creencias: “¡Yo sí te creo, hermana!”.
Grandes pasos han dado la criminología y el Derecho Penal Moderno con la dactiloscopía, con la balística, con la identificación de los grupos sanguíneos, con la necropapiloscopía, con la grafoscopía, con la toxicología, con la entomología, con el descubrimiento del ADN, con el desarrollo de la genética molecular, con la odontología forense, con la informática forense, etc.
Grandes pasos se han dado en los dos siglos más recientes de nuestra historia para que, ahora, la mitología feminista llegue a contaminar con su irracionalismo al sistema de justicia penal.
La mitología feminista aspira a que con videodramas interpretados desde esa monserga anticientífica llamada “psicología de género”, cualquiera acusación lacrimosa baste y sobre para condenar a quien sea.
“¡Yo sí te creo, hermana!”: irracionalismo y retrogradismo de hechura feminista. Estamos a punto de regresar a los “juicios de ordalías” de la Edad Media.
Para terminar, quiero hacer énfasis en dos cosas importantes del Caso Nath Campos.
La primera es constatar la soledad que puede llegar a rodear a una youtuber e influencer con varios miles de seguidores y muchos “amigos”. Valoremos la calidad humana de quienes nos rodean, porque las cantidades suelen ser artificiales (sobre todo en las redes sociales).
La segunda es que la supuesta víctima repite varias veces que no supo cómo reaccionar ante el supuesto abuso sexual. La respuesta es sencilla: debió acudir de inmediato al Ministerio Público para comenzar con la investigación respectiva en tiempo y forma, comenzando por el examen de medicina forense.
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Esta videocolumna de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.