Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

No soy agorero del desastre, porque éste ya está entre nosotros. Y no hablo solo de los cientos de miles de mexicanos muertos por Covid, lo que de suyo es una tragedia humanitaria, sino de las cifras económicas no siempre dimensionadas en la discusión pública.

La economía mexicana cayó 8.5 por ciento en 2020 y lo único que se les ocurre decir a los apologistas de la mal llamada Cuarta Transformación es que no es una crisis como tal, sino consecuencia de la pandemia. Al final del día, las autoridades y sus defensores tratan de eludir la responsabilidad gubernamental en ambas circunstancias.

Debo decir que no creo que Andrés Manuel López Obrador o Hugo López Gatell sean responsables de la presencia del virus en nuestra nación. Pero sí lo son de su indolencia e incapacidad en la gestión pública para combatir ese flagelo desde la génesis de los contagios…hasta los fallecimientos masivos. La negación, primero, y la arrogancia después, nos arrastraron a una salvaje corriente de contradicciones, de malas decisiones, de mentiras, de desazón y de muerte.

Vino el confinamiento y la paralización social y económica que frenaron la actividad durante buena parte de un año para el olvido. Sí, el coronavirus es causa de parálisis productiva, pero el daño fue infringido a una economía que ya estaba en recesión desde el año anterior. En suma: la enfermedad fatal mató a quien ya estaba enfermo.

Recordemos que en el 2019 el Producto Interno Bruto Nacional fue negativo en 3 de los 4 trimestres del periodo, y que ese primer año del gobierno de López Obrador el crecimiento fue de -0.1 por ciento. Sin pandemia y con nuestro vecino y socio Estados Unidos creciendo un 2.3 por ciento.

En ese 2019 el presidente de la República prometió una expansión de 4 por ciento, pero sus decisiones de política económica contrajeron sin remedio a la economía. Malas señales a la certidumbre de inversión fueron fatales para México, que llegó al 2020 con la esperanza de un golpe de timón que no llegó.

Lo que sí llegó fue un letal virus, minimizado de inicio y luego responsabilizado del desastre de una economía en caída libre, con más pobres que nunca, millones de desempleados, inversión detenida y desarrollo truncado.

Pero el gobierno federal hizo como si no pasara nada. Siguió gastando la reserva presupuestal creada durante décadas por gobierno anteriores, un “guardadito” de más de 280 mil millones de pesos que se empezó a dilapidar desde antes de la pandemia; mantuvo la inmensa y absurda inversión pública en obras faraónicas y rascó de donde pudo para mantener las transferencias directas de dinero con fines electorales disfrazados de subsidiariedad social.

La cifra negativa de -8.5 por ciento del PIB es devastadora, aterradora y brutal. Sumada al virtual cero del año anterior dibuja un escenario no visto en un siglo: recesión histórica de dos años consecutivos.

No es un mal deseo. No es una crítica descarnada o mal intencionada al gobierno actual. Son cifras duras, que significarán un sexenio perdido que -si bien le va- simplemente podrá presumir que regresó a la economía al mismo nivel en que la recibió. Olvidemos el prometido y cacareado 6 por ciento anual con que el presidente llegó a Palacio Nacional.

Tenemos finanzas públicas que ya no tienen de dónde asirse, porque sus ingresos cayeron 4.1 por ciento en el último año; porque siguen apostando al petróleo, que aporta a la hacienda pública casi 40% menos que el ejercicio anterior; porque a pesar de una política de no contraer deuda, ésta se ha incrementado en casi 10 puntos en proporción al tamaño de la economía.

Andrés Manuel López Obrador presume que México no hizo lo mismo que los otros países del mundo frente a la pandemia. Y sí, ahí están los resultados. La caída de Estados Unidos en 2020 fue mucho menor (-3.5%) y su recuperación será más rápida que la nuestra en este 2021, porque ellos sí están usando recursos fiscales para inyectarlos a las empresas golpeadas por la inactividad.

Dicen que el -8.5% no es tan malo porque se pronosticaba un -12%. ¿Y si durante 2019 hubiéramos crecido 2.3% como los gringos? ¿O que este año la contracción hubiera sido de -3.5% como el caso de nuestros vecinos? La cosa no pintaría igual, ¿verdad?

Es una tragedia.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

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