El presidente, fiel al librito de Chávez

Rubén Cortés.

Dijo Hugo Chávez a dos años de gobierno: “Ya aquí no nos mandan desde el Pentágono, la Casa Blanca o la Embajada de los Estados Unidos. Somos libres y más nunca seremos esclavos, cuéstenos lo que nos cueste”.

Dijo el presidente mexicano, ayer, a dos años de gobierno: “Antes hasta el embajador de Estados Unidos en México opinaba sobre temas del país, eso ya no se permitirá, o que se infiltren en el gobierno”. 

El presidente es claro en su modelo chavista de gobierno basado en un solo hombre, que pronto hará esmirriada la vida en México, triste, dolorosa, en su rapidísimo camino a convertirse en una Venezuela en la frontera con Estados Unidos. 

Al igual que Chávez, el presidente arma un diferendo nacionalista con Estados Unidos (para alimentar el resentimiento y la mediocridad existencial de sus bases electorales), mientras vive, como vivía Chávez, de Estados Unidos. 

Cuando Chávez inició el desencuentro con Washington, en 2006, era Estados Unidos el socio comercial más importante de Venezuela, tanto que las exportaciones de petróleo, como en las importaciones generales, crecieron 36 por ciento. 

Ahora que el presidente inicia el desencuentro con Washington, es Estados Unidos el socio comercial más importante de México: 1.2 billones de dólares en intercambio y 40 mil millones de dólares en remesas que envían los connacionales. 

Chávez creía Venezuela se podía autoabastecer comiendo alimentos nacionales: arepas, cachapas y tizanas de frutas picadas; y porque el barril de petróleo costaría siempre 110 dólares en el mercado mundial. 

Pero hoy los venezolanos viven con cartilla de racionamiento, saquean tiendas, el país redujo el tamaño de su economía un 70 por ciento; y Venezuela ya no sólo no vende petróleo a 110 dólares el barril, sino que ya tiene que comprar petróleo en el extranjero. 

Sin embargo, el enfrentamiento con Estados Unidos le sirvió de combustible nacionalista para justificar la implantación del mando de un solo hombre, casi sin propiedad privada, sin elecciones libres, sin órgano electoral independiente. 

El presidente de México cree que México se puede autoabastecer comiendo alimentos nacionales: caldo de guajolote, jugo de caña con trapiche de caballo; y que Estados Unidos no puede vivir sin el comercio con México. 

Aunque a dos años de este gobierno México está casi en ruinas: 52 por ciento no tiene para canasta básica, el gobierno hundió a la inversión privada: el país es más pobre pese al 1.2 billones y 40 mil millones que llegan de Estados unidos por comercio y remesas. 

Pero existe una pelea con Washington, y escucharemos aquí algo similar a lo que antes escucharon los venezolanos de Chávez: 

“Váyanse al carajo yanquis, aquí hay un pueblo digno. Nosotros estamos resueltos a ser libres”.

Eso, viene.

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