Alejandro Rodríguez Cortés*.
El discurso económico de Andrés Manuel López Obrador ha sido, por decir lo menos, inconsistente.
Es entendible, aunque no justificable, que en época de campaña electoral el actual presidente de la República prometiera un mayor crecimiento de la riqueza nacional que el observado en décadas anteriores correspondientes a lo que él mismo identifica como “periodo neoliberal”. Prometer no empobrece, pero asegurar vehementemente que el Producto Interno Bruto mexicano crecería un 6 por ciento anual tan sólo por el cambio de régimen y por combatir la corrupción fue siempre una flagrante impostura que creó sobreexpectativas que el mismo tabasqueño sabía que no se cumplirían.
Al llegar al poder López Obrador moderó sus pronósticos de expansión económica a un 4% y luego a un 2% anual. Y justificó el bajón con “el tiradero que le dejaron”. Vivir ya en Palacio Nacional y enfrentar la realidad justificaba poner los pies en la tierra y ajustar los pronósticos, que no dejaban de ser buenos deseos.
Pero las decisiones equivocadas en materia de generación de condiciones propicias para la inversión, la arrogancia del poder, la visión maniquea de ricos malos y pobres buenos se impusieron, y la recesión llegó, desde el primer año de este gobierno. O sea, el 6, el 4 y el 2 se convirtieron en 0.
Para decirlo con todas sus letras, la economía mexicana se descompuso, y se contrajo, desde antes de la pandemia. Y en el inter, el PIB dejó de ser importante en la retórica económica presidencial. “Lo importante es el bienestar y la felicidad”, rezaba ahora el líder macuspano.
He sostenido que la frase de que el Covid 19 “cayó como anillo al dedo”, es de lo más preciso que ha dicho López Obrador en su administración. Porque si bien la crisis sanitaria empeoró la caída económica y desató una crisis sin precedentes en un siglo, ahora tenía en un virus la excusa perfecta para justificar una previa conducción económica desastrosa, a la que se sumó una mala gestión sanitaria.
Ya no había que buscar razones técnicas, financieras o econométricas de que el producto nacional se desplomara 18 por ciento en los dos primeros trimestres del año. Ahí estaba, ahí sigue, el maldito virus.
Pero la perversión de un discurso falso desde el poder no tiene límites: en Palacio Nacional se atrevieron a “celebrar” que la caída en el tercer trimestre de 2020 había sido “sólo” del -8%, muy por debajo de las perversas previsiones que anticipaban un déficit de 12.5 puntos porcentuales en la medición de crecimiento. O sea, no nos caímos del doceavo piso sino solo del octavo. ¡Albricias! ¡A celebrar!
Ahora querrán repetir el engaño con lo que sucederá en el naciente 2021, donde las previsiones de especialistas prevén que nuestro PIB crecerá 3.5%. ¿Por qué lo digo? Porque ya el senador Ricardo Monreal, líder del partido Morena en el Senado de la República, se atrevió a decir en su cuenta de Twitter que este crecimiento será mayor al promedio de los últimos 10 años.
Nada más lejos de la realidad. De cumplirse tales proyecciones, aunque yo personalmente creo que el rebote no llegará ni al 3 por ciento, se tratará de un fenómeno propio de los meses posteriores a una gran crisis y no de una recuperación, máxime si venimos de una caída cercana al 10 por ciento en 2020.
La realidad será que en la primera mitad del sexenio de Andrés Manuel López Obrador el crecimiento promedio anual habrá sido negativo en más de 5 puntos, contra una expansión que si bien no fue suficiente sí superaba el 2 por ciento cada año en los gobiernos anteriores.
¿Dónde quedó la promesa irresponsable del 6 por ciento? Pero eso querrán borrarlo y hacernos creer que ese 3 por ciento de 2021 es un gran logro de la mal llamada Cuarta Transformación. Y quien se lo crea será algo más que un iluso: los niveles económicos con los que AMLO recibió al país se recuperarán -si bien nos va- hasta 2024.
Y será, pues, un sexenio perdido en materia económica. Así de crudo. Así de simple.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz