Carlos J. Pérez García.
Aquellos méxicos de antes del final de la década de 1960, nos ofrecían grandes divertimientos y esperanzas. Al menos, oigan, a algunos que estábamos en posibilidad de vivir eso de una u otra forma, sobre todo en ciertas regiones o ciudades del país.
De niño tuve amigos formidables y tratábamos tenazmente de beber, comer, jugar, dormir, hacer deporte, estudiar, querer, viajar, oír música, fumar, andar en bicicleta… de ser felices, pues. Y, poco a poco, empezamos a ver el futuro con seriedad ante una carrera universitaria.
Las cosas se iban dando, no sin esfuerzos y sacrificios a lo largo de años en una sociedad más o menos estimulante y prometedora, tal como en otros países. Aprovechamos diversas oportunidades y, en un limitado esquema de méritos y relaciones, se forjaron privilegios bien ganados.
Nuestro país sentía cierta estabilidad y confianza, aunque el crecimiento no era tan alto como en el período que salió tan costoso forzarlo. Y nos abrimos al mundo con optimismo, pero ya amenazaban tendencias de corrupción, impunidad y triunfalismo.
Maduraba yo con logros y satisfacciones, así como pérdidas que tuve que asumir, entender y sobrellevar. Creo que no pocos amigos nos fortalecimos y debilitamos casi en paralelo.
El aprendizaje en la alternancia y luego la corrupción desbordada confirmaron la necesidad de un cambio de régimen, si bien el país se distrae ahora con nostalgias de viejos mundos. Aunque el pasado reciente traía excelentes perspectivas de competencia global, la deshonestidad ya resultaba aciaga.
Predomina hoy la mentira que genera esperanzas pero nos hace retroceder, con futuros disgustos al sentir el pueblo los desplomes económicos y sociales. Si acaso la retórica hábil puede alargar la vida de ciertos gobiernos que, eso sí, tenían buenas intenciones. Otros países muestran menor complejidad.
Resulta que la educación no interesa tanto al líder nacional: ni siquiera pide saber más para trabajar o mejorar, y aún menos especializarse en el extranjero. ¡Tampoco tiene sentido disentir o sugerir, pues uno se ve descalificado por su maldad o ideología!
Estas historias se vuelven más valiosas en la actual anormalidad, que ya pasará. Y, ojo, debemos salir fortalecidos a fin de enfrentar desafíos más grandes que nunca, tanto en lo personal como en una sociedad más compleja, para ir superando viejos y nuevos problemas.
* SE ESCUCHA MUCHO ESO de que “Aceptar un cargo público sin tener la capacidad, es corrupción”. Igual le agregamos: “Y la lealtad ciega también”. La primera frase queda clara al cobrarse por lo que no se cumple y se agrava con el daño causado; la segunda implica complicidad si se deja que, al no saber por dónde, alguien tenga desaciertos muy costosos.
Son tiempos de que, en los hechos, un gobierno federal socava la visión utópica de una transformación pobremente concebida y que resulta contraproducente para la economía, el empleo productivo, el salario real, los pobres y el bienestar. Todo ello con cierta igualación general a menores niveles de ingreso tras destruir riqueza y crear pobreza.
Algunos amigos quieren cambiar y actualizarse; otros se sienten cómodos tal como son… y quizá les conviene así ahora. En fin, esta navidad la pandemia rebasará el doble del “escenario muy catastrófico” que fijó en junio un funcionario indigno, a la vez que se podrá enfriar un poco lo electoral aunque la política —buena y mala— siga su curso. Veamos que sea para bien.
* BUENO, QUE PASE CADA uno de ustedes las mejores fiestas posibles según las circunstancias, viene a ser el sincero deseo de este su seguro escribidor. Miren, en muchos casos habrá que darles calidad virtual o ampliada a unas reuniones más pequeñas, así como a contactos telefónicos y vía internet. Como sea, sacarle jugo a todo en nuestras mentes.
* NOS VOLVEMOS A VER aquí en el periódico y 4 portales, el sábado 9 de enero pues los viernes 25 de diciembre y 1 de enero serán feriados: los dos sábados siguientes no hay edición impresa de mi querido diario Pulso, a cuyos directivos, editores y empleados agradezco su invariable apoyo y respeto. Ustedes, amables lectores y lectoras, ya saben de mi reconocimiento.
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