Alejandro Rodríguez Cortés*.
A mis hermanos Alejandro González Muñoz y Mario Rodarte Esquivel,
que este año se adelantaron
Termina un año infausto. 2020 quedará marcado en la historia de la Humanidad como el de la pandemia del siglo. En la efeméride mexicana, como el que desnudó a un gobierno indolente, incompetente, destructor e incapaz de ponerse a la cabeza de su pueblo para enfrentar seria y empáticamente la desgracia.
Porque el terrible Covid 19 no solo mató a cientos de miles de mexicanos cuyo recuento fue minimizado con criminales peroratas: que si el modelo “Centinela”, que si la inutilidad de las pruebas masivas, que si la epidemia domada, que si las curvas aplanadas, que si el “vamos bien”, que si la inutilidad del cubrebocas, que si los semáforos irrelevantes. El virus también constituyó y constituirá el pretexto eterno del fracaso de una mal llamada Cuarta Transformación que no lo será, porque éste acabará siendo un sexenio perdido.
La factura de la desaparición de miles de empresas y la consecuente pérdida de empleos será remitida a la emergencia sanitaria. Sin embargo, paradójicamente el 2020 nos dio la razón de que la destrucción económica inició antes de que muriera el primer contagiado de coronavirus, que no hizo sino agravar lo que empezó en la segunda mitad de 2018.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no dejó de atentar este año contra la iniciativa privada. Su mascarada de culpar a la pandemia de la recesión económica habría sido exitosa si con el mismo pretexto hubiera cambiado la política de privilegiar monopolios públicos de energía; si apelando a la inédita situación diera un giro a su patológica visión antiempresarial. Todo sería distinto de haberse diseñado políticas públicas para proteger el aparato productivo nacional y con ello las plazas laborales disponibles. El desplome económico se habría registrado, sí, pero estaríamos listos para una recuperación rápida que llegará a otros países, no al nuestro.
El año se acaba con la expectativa de una vacuna que aún no ha llegado, y cuya adquisición, distribución y aplicación nos llena de esperanza, pero también de dudas por el inmenso reto logístico para un gobierno caracterizado por la inoperancia, la improvisación y las ocurrencias. Una administración que antes de eso dejó sin medicinas a cientos de niños con cáncer y que ni siquiera logró vender un avión de altas especificaciones.
Y como es época de deseos, van aquí los míos para 2021.
Deseo que efectivamente se haga realidad la vacunación masiva contra el Covid-19 en México, pero que ésta no caiga en las redes de la conveniencia electoral de cara a unas elecciones que definirán el rumbo de nuestra nación.
Espero que ahora sí se dome la pandemia, y que Hugo López Gatell pague por sus omisiones y por su soberbia. Espero que la nueva realidad nos haga más responsables, productivos y solidarios, pero también más conscientes de que la participación política de quienes no somos apologistas del régimen redunde en contrapesos efectivos al poder que ha concentrado como nunca el presidente de la República.
Ojalá y que la elección de mediados de 2021 sea efectivamente un ejercicio binario de si queremos avalar la destrucción institucional, la ausencia de equilibrios y un gobierno autocrático, o bien apelar a una Cámara de Diputados con contrapeso efectivo y democrático, al cuidado de los organismos autónomos del Estado mexicano. En fin, al entramado político que permitió precisamente el triunfo y la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, que deberá dejarlo en 2024 a la opción que determine la mayoría de los votantes.
Deseo más crítica razonada y menos genuflexión y lambisconería. Más inversión pública y privada y menos mañaneras. Más empleos que becas a “ninis”. Más política agroindustrial y menos siembra inútil de árboles frutales y maderables. Más estrategia social y menos transferencias con propósitos clientelares. Más contar historias de mayor bienestar que contar votos posibles. Más energías limpias que refinerías inútiles. Más conectividad aérea y menos ilusiones aeroportuarias.
Espero, en fin, que mi país corrija el rumbo. 2020 nos ha dado suficientes razones para pensar que si 30 millones de personas pensaron que íbamos en la dirección equivocada, el camino que transitamos lo es todavía más. Y que lo podemos remediar en 2021 y encontrar un sendero por donde vayamos todos.
Y a todos ustedes, lectores, mis mejores deseos de salud, amor y prosperidad. Volveré a este espacio el próximo 4 de enero. ¡Felicidades!
*Periodista, comunicador y publirrelacionista