Marissa Rivera.
Desde Palacio Nacional se escucharon los “otros datos” que siempre trae bajo la manga el presidente Andrés Manuel López Obrador.
En su informe del segundo año de su gobierno, no esperábamos un acto de humildad en el que reconociera que se ha errado, pero tampoco era necesario el soberbio optimismo de que vamos muy bien, porque no es cierto.
Aunque aceptó que no todo es perfecto y que no aspira al pensamiento único ni al consenso, nos quedamos con las ganas de escuchar que ha hecho con los casos de corrupción que se han denunciado en su administración.
Presumió que ha cumplido 97 de las 100 promesas que hizo hace dos años y aseguró que se han sentado las bases para la transformación de México. No dejó pasar el momento para alardear que de acuerdo a “sus otros datos” el 71 por ciento de los mexicanos quieren que siga gobernando.
Ante 70 invitados, varios de ellos sin cubreboca, siguiendo el ejemplo presidencial, estuvieron en el patio central para escuchar un informe más del presidente. Se cuentan ya unos ocho, por lo menos.
Esta vez sin novedades. Un resumen ejecutivo de lo que repite todos los días en sus mañaneras. Quizá la sorpresa fue que no lanzó sus dardos contra los “conservadores”, “fifís” o “adversarios. Obviamente volvió a recurrir al espejo retrovisor para mirar al pasado y culpar a los gobiernos anteriores de los males que hoy padece el país.
Hace unos días reconoció que su primer tercio de gobierno no ha sido fácil.
No puedo estar más de acuerdo con él, porque para millones de mexicanos tampoco han sido sencillos. Dos años de un gobierno sin rumbo, con una economía decreciente, con el poder concentrado en una sola persona, con una sociedad polarizada y con una crisis sanitaria.
En su recuento volvió a decir que México ha enfrentado la pandemia, de manera exitosa, con una “estrategia no convencional”. Aunque a nivel mundial, nuestro país ocupa los peores lugares en número de fallecimientos, de pruebas, de letalidad, de positividad y de muertes de personal médico.
Incluso, el lunes la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó a México tomarse “muy en serio” el tema de la pandemia porque en noviembre se duplicaron los contagios y los muertos. En contradicción a los datos del Presidente.
En su discurso presumió que la economía empieza a crecer, pero los indicadores señalan que es la peor crisis de los últimos 90 años y este año habrá 12 millones más de pobres.
Dijo que su administración ha sufrido los estragos de la corrupción de gobiernos anteriores, pero evadió reconocer o siquiera mencionar que aún persiste ese cáncer en su propio gobierno.
La narrativa del presidente de la lucha contra la corrupción se ha ido descafeinando. No hay ningún “pez gordo”, detenido y procesado en México. Los exfuncionarios señalados que se han acogido al llamado “criterio de oportunidad”, han hecho de esta figura jurídica, un circo.
El 70 por ciento de los contratos que otorga su gobierno, son sin licitación, según Transparencia Mexicana. Se han detectado subejercicios en su obra de infraestructura cumbre, “el Tren Maya”; hay millonarias irregularidades en uno de sus principales programas asistencialistas, “Sembrando vida”; desfalcos en el Fondo de Gastos Catastróficos; desvíos de recursos en la Comisión de Nacional de Cultura Física y Deporte. De la corrupción al interior del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, cerraron el tema, ya no han dicho nada.
En temas de seguridad tampoco hay avances. Las extorsiones encontraron un paraíso, los homicidios no bajan y los feminicidios han aumentado de manera inconcebible. Ante las legítimas exigencias de las mujeres, el presidente ha mantenido silencio y distancia de un tema que las aqueja no solo a ellas, sino a toda la sociedad.
A dos años del “gobierno del cambio”, el panorama es desolador, por donde se le vea.
Por más datos que saque de la chistera el presidente no convence. Datos sin sustento ni veracidad que solo él tiene o inventa, no lo sabemos.