Jorge Miguel Ramírez Pérez.
Puede sonar ofensivo para la oposición que el presidente de México se burle de los intentos aliancistas del PRI, del PAN y del todavía moribundo PRD, pero nadie lo contradice, ni en el discurso, ni en los hechos, esgrimiendo una estrategia bien pensada para frenar al partido del gobierno.
Se podría decir que el escenario es inmejorable para catapultar una coalición de fuerzas que están fuera de toda consideración del poder.
De hecho, la acción del mayoriteo desde el gobierno, es decir reconocer como ciudadanos únicamente a los segmentos que se estima seguirán votando por el partido del Presidente, desconociendo a más de la mitad de la población como si no existieran o fueran un estorbo, es suficiente peso, tanto para mostrar que algo debe hacerse, como para ratificar que lo que se comporta en ese sentido, definitivamente no se corresponde a un modelo democrático que tanto se presume, pero poco se demuestra.
Lo hemos señalado reiteradamente: la democracia según su mas aceptado estudioso, Giovanni Sartori, dice que para que exista una democracia se necesitan dos factores indispensables, uno, que se elijan los gobiernos aplicando el principio de la regla de la mayoría… pero, dos, a la vez, -ojo autoritarios- se respeten los derechos de la minoría.
Porque si sólo se aplica el principio de la mayoría para definir a la democracia, el PRI, en todos los años que estuvo en el poder era “democrático” y no es así, se le consideraba y se le considera una sucesión de regímenes autoritarios, porque en la mayor parte de los procesos electorales donde participó y ganó, fueron elecciones donde obtuvo la mayoría, pero… apabullando sistemáticamente los derechos de las minorías.
De modo que un gobierno que “no los ve, ni los oye” o que no considera a los demás por su forma de pensar o porque no se someten ideológicamente a la corriente que tuvo la mayoría, no es de ninguna manera un gobierno democrático.
Pero eso no lo van a escuchar en las voces de los dirigentes de los partidos de oposición porque para acabarla de complicar, no le entienden a cabalidad a las definiciones políticas y porque finalmente lo que buscan es ser cooptados por el régimen en turno, sin importar que representan siglas diferentes en cuanto a colores y emblemas, porque en el fondo son coincidentes en un izquierdismo trasnochado, en el que se ofrecen visiones ilusorias y exceso de optimismo incumplible; vamos, ¡son lo mismo!… en sus utópicos e irrealizables sueños guajiros.
Todos, absolutamente todos, son partidos que se dicen progresistas, contradicen lo que la ley busca: entidades públicas que representen la pluralidad de las ideas, es decir que los partidos demuestren que tienen plataformas diferenciadas unas de otras y, por supuesto, programas y estrategias distintas, eso no se da en el simulador sistema de partidos mexicanos.
No se quien les metió en la cabeza a los intelectuales orgánicos e inorgánicos que ser de izquierda o socialista es ser inteligente, como si no fuera evidente a lo largo de la historia mundial, que los líderes de esa religión de utopistas, se especializan en matar de hambre a los pueblos y en mandarlos a la miseria. Y es tanta la presión que ni el PAN es de derecha. Es decir, ¿México es país de comunistoides vergonzantes? Habría que planteárselo.
Pero la burla a los opositores de parte de López Obrador proviene seguramente, de la evidente incapacidad de los dirigentes de los partidos que no forman parte del gobierno, para formar un frente contra él.
Porque a la hora de definir las candidaturas se aferran a sus privilegios, y si no acceden ellos por razones de género o por causas que los excluyen, meten a sus parejas y familiares, pero jamás ceden sus intereses mezquinos, enanos, a salvar las siglas con gente que “no ha bailado”; porque sus intereses siempre son del mismo círculo, los mismos personajes abominables, que una y otra vez han circulado por puestos, gubernaturas, alcaldías, senadurías y diputaciones sin una pizca de resultados para mejorar las condiciones de vida de los mexicanos, que más allá de las ideologías, quieren empleos reales y que alguien detenga el crimen que nadie quiere, ni pude detener.
La prueba que tienen que pasar los dueños de las franquicias partidistas es ceder plurinominales y las posiciones “seguras”, como las regidurías, para salir de la crisis.
Pero se ve difícil que se pueda armar una fórmula general que sea a la vez generosa, -un término que de entrada se excluye- como estratégica, porque de alcanzarse el éxito de la operación se tendría, -por las consecuencias- que replantear todo el sistema de partidos. En otras palabras, sería el génesis de la renovación del sistema político nacional que ya llegó con este régimen, a su fase terminal.