Marissa Rivera.
Positivo.
Que trabajo cuesta leer la palabra cuando de Covid-19 se trata. Un virus que en el mundo ha matado a más de un millón 270 mil personas y en México 95 mil 842, cifras oficiales.
Cómo no tenerle miedo.
Eso es lo primero que ocurre, miedo. Después vienen ansiedad, estrés, psicosis, angustia, entre otras alteraciones. Batallar con la terrible incertidumbre de como impactará el virus en nuestro cuerpo, y más, cuando los tres en la familia nos contagiamos.
En ese momento pasaron por mi cabeza muchas cosas. Los recuerdos de quienes se nos adelantaron por el Covid, seres amados y amigos. Yo podría engrosar las estadísticas y habría que enfrentarlo con entereza. Algo terrible, pero cierto.
Un descuido, el mínimo, fue suficiente, para abrirle la puerta al bicho. Todas las medidas de manera extrema se cumplían día a día. Ir al trabajo era un riesgo y ocurrió. No había manera de cuestionar nada. No había culpables. Había que encararlo.
Fueron días difíciles, noches muy largas. Mi hija, solo una ligera fiebre y dolor de espalda, un día. Mi marido dos días de temperatura alta, dolor de cabeza, dolores intensos de espalda, malestar general y mucho cansancio.
Conmigo, el virus no fue tan benévolo. Los médicos dicen que sí, pero por lo menos dos días sentí que mi cuerpo no aguantaba más. Fue en la madrugada del día 10 de la enfermedad. Fiebre de 39 grados que había empezado desde el día uno; tos desgarrante que no daba tregua; intenso dolor de cabeza que difícilmente aligeraba el paracetamol; mucho dolor en todo el cuerpo, los dedos de los pies, los empeines, la espalda, todo. Estaba agotada.
Esa noche, a pesar de mis miedos de terminar en un hospital, decidí que en cuanto amaneciera iría. No quería volver a sentir lo que esa madrugada, aunque mi oxigenación nunca bajó de 95, mis dolencias eran muchas. Pero ocurrió algo inesperado, algo como si mi abatimiento hubiera ahuyentado a este impredecible virus. De broma digo que lo cansé con mi cansancio. Al siguiente día no hubo más fiebre, el dolor disminuyó considerablemente y comenzaron a bajar los síntomas. Continuamos aislados los tres y recuperándonos en casa.
Fuimos afortunados. Hoy, los tres somos negativos a Covid-19. Pero, ahora viene el recuento de daños y revisar las secuelas que nos dejó el virus.
Nos tocó ser parte de la estadística de contagiados. La dramática cifra que se acerca a un millón (978 mil 531), solo los documentados, porque México es uno de los países que menos pruebas hace ¿cuántos más habrá que incluso murieron y nunca supieron que tuvieron el virus?
Reitero, somos afortunados. En este obligado descanso, pensaba en las personas que no tienen la posibilidad de hacerse una prueba, ni atenderse con un médico particular, mucho menos comprar los medicamentos, vitaminas, realizar estudios y todo lo que implica enfrentar la enfermedad.
La emergencia sanitaria ha reconfirmado el precario sistema de salud en nuestro país. ¿Por qué la mayoría de los fallecidos han muerto en hospitales públicos? Por eso, la gente tiene miedo de ir a un hospital público, no sabe si saldrá vivo de ahí. No es tema de médicos o enfermeras, a ellos solo hay que agradecerles y reconocerles su esfuerzo.
El deteriorado sistema de salud es la principal causa de que México sea de los países donde más muertos hay, sin duda.
Vivimos tiempos difíciles por la pandemia. Hay un repunte de casos, la ocupación hospitalaria ha aumentado en varios estados, incluida la Ciudad de México. La cifra de muertos no baja, aunque les cueste trabajo reconocerlo.
El agotamiento de la sociedad por el confinamiento también ha complicado la situación. El coronavirus llegó y cambió nuestras vidas de un día para otro y ya son casi 8 meses.
El camino aún es largo y está claro que el gobierno no cambiará su fallida estrategia para enfrentar la pandemia. No tenemos otra opción más que cuidarnos, la enfermedad es ruda. Vienen tiempos complicados con la época de fríos y la llegada de la influenza.
De refilón
Gracias a mi amada familia, amigas y amigos por sus apapachos. Los panes de muerto, dulce de calabaza, flan, gelatinas, frutas, tés, galletas, donas y flores han hecho del mal momento, una felicidad. Soy dichosa de tenerlos tan cerca. Gracias a mi adorada Gaby. Los amo.