La caída de los sistemas políticos. El caso de México

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

México durante los últimos 50 años del siglo XX tuvo un logro cualitativo en materia política: era un país que gozaba de estabilidad política. En los años sesenta, sumó nuestro país, a esa apreciada condición, el crecimiento sostenido de un 6 % lo que fue calificado como: “el milagro mexicano”.

Cuando se firmó el TLC se dispuso que el país diera el salto y se siguió ponderando la fortaleza del sistema político mexicano, se enaltecía su proclividad a las negociaciones, y a permanecer distante de las violencias sociales y por lo mismo, listo para despegar como un país democrático con la madurez política que eso representaba.

De esas fechas a las actuales, el deterioro de la paz social y la debilidad institucional hacen increíble que alguna vez México, hubiera estado por encima de secuestros, cobros de piso, lucha de carteles de la droga, lavado de dinero, factureras, coyotajes masivos en materia de migración y descomposición social.

La respuesta simplona sería regresar a la historia de éxito del pasado añorado, lo que está lejos de representar una solución real, solo muestra que la imaginación política no dio para más, y hay que conformarse con rumiar o con hacer de la nostalgia el destino.

En Irán, por ejemplo, las fuerzas tradicionales que derrocaron los excesos del Sha, se fueron hasta la etapa medieval y clausuraron el país, anclándolo a la ”guerra a los infieles”. En Cuba cambiaron el mando de un gangster: Mayer Lanski, por el de un demagogo: Castro, y su familia de caciques estacionados en los años cincuenta.

Esos truenes del sistema político precedente como en Venezuela, fueron golpes hacia mayor pobreza, limitaciones, imposiciones e intromisiones del gobierno en las vidas familiares, religiosas, educativa y de todo tipo. De hecho, mediante el método revolucionario, se establecieron sistemas totalitarios.

No se reformaron los sistemas políticos, sencillamente se destruyeron.

En México la vertiente destructora quiere tomar delantera en todos los terrenos del quehacer público. Se inscribe en esa tendencia, el golpe al estado mexicano con la detención de Salvador Cienfuegos, independiente de su culpabilidad. Ha sido una acción que no se percibía de ese tamaño desde la salida de Calles al exilio en Estados Unidos, o la muerte de Álvaro Obregón hace ya casi un siglo. Ni la muerte de Luis Donaldo Colosio cimbró la estructura del estado de ese modo, porque el priísta apenas aspiraba al poder, no tenía ninguno, no ejerció ninguno antes. Era una ficha de Salinas y punto, fue impactante, pero dejó intacto el poder del estado, incluso se incrementó en el sentido terrorífico.

En nuestro país la institución del estado más fuerte es el ejército, y políticamente su jefe está por encima de la figura presidencial, en cuanto a que nadie se atrevería a cuestionarlo y al presidente sí.

Hasta la semana pasada nadie hubieras sospechado que un secretario de la Defensa podría ser tan vulnerable, al grado que ni él mismo estaba preocupado por los mensajes en los medios, ni en las publicaciones que hablaban de “altos mandos del ejército” y tampoco por las declaraciones vertidas en su contra, que ahora se afirma en las plumas de columnistas, surgieron en los juicios de García Luna o de Joaquín Guzmán.

Valdría pensar que lo que se le imputa al militar, y que le daba la certeza de saberse fuera de cualquier investigación de allá, era del conocimiento de las autoridades de Estados Unidos, durante los gobiernos de Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Y me parece que ese podría ser un problema. No es un secreto que, en sus esfuerzos electorales, Donald Trump, quiere exhibir a la administración pasada de los EUA, como coludida o complaciente con conductas altamente lesivas a los Estados Unidos.

Por eso el presidente López Obrador dijo que habría de investigar a la DEA que tuvo operaciones aquí, en el tiempo de Peña Nieto.

Pero mas allá de la trama legal y su pertinencia, se deja un enorme vacío en la confianza de los ciudadanos en las instituciones y en el estado mexicano en general. Se derrumbó la multipublicitada lealtad, honradez y sacrificio de los elementos militares. De un golpe, México se quedó sin su baluarte, porque además una nación de fuera, es la que le asestó el golpe a la estructura; en conocimiento o no, de las autoridades del país, que se quedaron sin materia y sin legitimidad: inermes.

En términos técnicos quedó craquelada la legitimidad institucional de la estructura del sistema mexicano, que se sustenta en el origen de poder del estado, de su capacidad de violencia legítima interna y respeto externo; en ambos sentidos se fracturó: ya que el ejército fue usado para fines antagónicos del estado, y además se anuncia que la sarracina alcanzará a muchos mandos más; y porque la operación de justicia o supuesta justicia, se originó en el exterior.

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