Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Hay la posibilidad de que todo se desbarranque, pero con cierta oportunidad eso casi siempre se podrá eludir. Al menos, oigan, habrá que intentarlo por todas las vías.

Creo que es este un buen momento para recapitular y reflexionar un poco sobre lo más relevante que ocurre en nuestro país. Ya no ha habido una semana en que lo malo no empeore o que podamos ver cambios alentadores, pero quiero que tengamos una idea útil de cómo vamos y hacia dónde en el futuro inmediato.

1) Son elementos básicos su victoria abrumadora en 2018 y su decepcionante gobierno los dos años siguientes. Las necesarias estrategias han sido sustituidas por ocurrencias y frases fáciles que nunca producirán resultados en áreas de seguridad, salud, economía, gobernabilidad… Muchos escándalos se derivan de retórica y no deben preocuparnos, pero el conjunto va bastante mal.

2) La economía es una de las áreas que más se han complicado aunque insistan en que sería algo muy simple (“no tiene ciencia”) y tal vez por estos desdenes no acaban de entender la crisis ni la imprescindible recuperación. Todo se va en buenos deseos personales sin sustento técnico ni autocrítica en el gobierno.

3) La presión política se acentúa con la proliferación de grupos de ciudadanos que se manifiestan alarmados por la gestión presidencial, lo que sugiere también las debilidades de los opositores y la fragilidad de algunos liderazgos. Ni fascismo ni comunismo es la opción, sino un gobierno eficaz que, entre ataques y distracciones, no se ve por ningún lado.

4) El manejo de la pandemia ha sido uno de los más claros fracasos en la historia de nuestra función pública, y está entre los peores del mundo con sus graves errores o mentiras. Lo peor es que todavía hoy no se reconoce nada de esto a pesar de la abrumadora evidencia, y continúan las declaraciones irresponsables.

5) Al presidente centralizador se le están viniendo encima demasiados problemas muy grandes y difíciles de manejar o solucionar. No sale de ninguno y se le vienen otro y otro al mismo tiempo… aunque varios sean meros distractores, las broncas y los daños siguen su curso. De hecho, se centra en personalizar enemigos y desafiarlos con burlas o acusaciones ideológicas y de corrupción.

En fin, la pretenciosa transformación anti-neoliberal no tiene pies ni cabeza, ni se compagina con las realidades económicas del mundo o con las fallidas experiencias del populismo de izquierda o derecha en diversos países. A nadie le queda claro que México se vaya a reconstruir tras tanta destrucción en nombre de la lucha contra una corrupción nunca probada.

A los medios y analistas, AMLO les hace ver que si no coinciden con él son ‘corruptos’ y, al estar en su contra, lo atacan en un complot. Nada menos.

Miren, en suma, no se observan correcciones ni estrategias apropiadas, por lo que lamentablemente las perspectivas tampoco resultan estimulantes. Esto se podrá ir confirmando los meses que vienen.

Ojalá que ustedes, amables lectores, lectoras, puedan checar qué tan precisas o exageradas son estas afirmaciones, y así les interese apoyar o hasta impulsar sus propias ideas. Al parecer a este presidente le atrae inmolarse en el papel de víctima, aunque algunos no queremos los elevados costos de estos escenarios.

* SI EL 2020 HABRÁ sido un año tan malo, esperemos entonces al 2021… que incluso puede ser peor. Pero —pienso— debería ser mucho mejor (noten ustedes que estas últimas palabras serían, más bien, mis deseos personales tras meses de encierro y pésimas noticias de la economía y la pandemia). Las buenas intenciones, claro, tienden a chocar con una necia y malévola realidad.

Lo que suceda no está dado por el destino divino, como tampoco podemos modificar todo lo negativo sólo con voluntad, actitud y buena suerte. El año próximo serán las elecciones de más de 21 mil cargos en las 32 entidades federativas, que incluyen 15 gobernadores.

También habremos de lidiar con las siguientes fases de la pandemia y la crisis económica (al prolongarse, lo más pesado), así como los efectos de la división social e inestabilidad política. Son, todos, ingredientes de un coctel perturbador.

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