Rubén Cortés.

El de México es el único gobierno democrático del planeta que se arriesgó, la semana pasada en Naciones Unidas, a encubrir los crímenes de lesa humanidad que ocurren a diario en Venezuela por órdenes directas del dictador Nicolás Maduro.

Es el apoyo a la dictadura venezolana el único tema en el que la autollamada Cuarta Transformación no cede a los intereses geopolíticos de Trump, pues aceptó hasta perseguir migrantes y prescindir de Evo Morales y los médicos cubanos.

En cambio, la alianza con Maduro es inamovible. Lo cual es muy grave porque, si de por sí es censurable permanecer indiferentes al asesinato y encarcelamiento sistemático de opositores políticos venezolanos, negarse a condenarlos es abominable, vituperable.

Porque Venezuela vive una catástrofe criminal, pensada y dirigida personalmente por su gobernante, su vicepresidente y su cúpula militar, como prueba el Informe Bachelet de la ONU, que concuerda con los de Human Rights Watch, Amnesty International, CIDH…

En 443 páginas, el Informe Bachelet demuestra el asesinado de cinco mil 94 opositores políticos, la detención sin órdenes judiciales de tres mil 479, en coordinaron y conformidad con las políticas del Estado venezolano.

Y que los opositores políticos que no son asesinados, son sometidos a posiciones de estrés, asfixia, golpes, descargas eléctricas, cortes y mutilaciones, amenazas de muerte y tortura psicológica, con el apoyo directo de los altos funcionarios del gobierno.

Agregado también que la tortura se usa para extraer confesiones o información, contraseñas telefónicas y de redes sociales, o para obligar a una persona a incriminarse a sí misma o a otras personas, en particular a líderes de la oposición de alto perfil.

Que el gobierno mexicano (democrático y autocalificado “humanista”) disimule todo esto resulta, cuando menos, execrable.

Sin embargo, en condenar a Maduro en la OEA y la ONU es el único tema relacionado con la ideología de izquierda (o que tradicionalmente defienda la izquierda) que la “Cuarta Transformación” no negocia con Washington.

Por delante de todo, menos de Maduro, estuvo hasta el tratado comercial con Trump, que promete un flujo anual de 1.2 billones de dólares para la economía mexicana, casi arruinada por el degüello de la inversión privada durante el actual gobierno.

Además del sonadísimo asilo que otorgó al dictador boliviano Evo Morales, pero que acabó después de la visita del Fiscal General William Barr. Y los médicos cubanos se fueron inmediatamente después del viaje del presidente mexicano a la Casa Blanca.

Incluso, mantiene sellada su frontera Sur, con 21 mil soldados, y la Norte con 15 mil, a petición de Trump para apuntalar su política antiinmigrante. Vamos, el presidente de México visitó a Trump en plena campaña presidencial sin importarle el costo político.

Todo lo que pida Trump.

Pero con Maduro no.

 

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