Alejandro Rodríguez Cortés*.
A Andrés Manuel López Obrador no le gusta la crítica. Más aún, ve como adversarios a quienes la ejercen y a menudo los llena de calificativos: políticamente conservadores, económicamente neoliberales, éticamente corruptos y malvados, socialmente fifís, patrimonialmente machuchones, periodísticamente chayoteros, en fin.
Esos apelativos que un día sí y otro también profiere el presidente de la República son muchas veces acompañados por una risa socarrona que hace evidente el desprecio contra todo lo que vaya en contra de la visión presidencial de México y de su mal llamada Cuarta Transformación.
El presidente se ríe de sus propias ocurrencias, muchas de ellas célebres desde sus interminables años de campaña: un avión que no tiene ni Obama, los frijoles con gorgojo, el silencio de las momias, la mancha que tizna, el blanco plumaje en el pantano, el peje que no es lagarto, el pasquín inmundo, la mafia del poder.
Pero la inercia de su desprecio burlón rebasó el límite de la decencia política cuando, descalificando un manifiesto firmado por 650 personajes mexicanos en defensa de la libertad de expresión, López Obrador se lanzó nuevamente contra el periódico Reforma pero al hacerlo se carcajeó de una muy triste realidad impresa en la portada de su adversario periodístico favorito.
Quedó grabada la patética risa del mandatario frente al recuento gráfico de las masacres que han ocurrido durante su gobierno, pese a que prometió que éstas desaparecerían, pese a que miente descaradamente cuando asegura en tiempo presente que ya no las hay.
Quizá tengan razón los apologistas del régimen, los zalameros de la primera fila de las mañaneras, los maromeros de las redes sociales, cuando aseguran que el presidente no se rió de las masacres sino de la línea editorial del periódico. No hubiera sido la primera vez.
Pero es un hecho incontrovertible la pifia presidencial que ofende a los deudos de miles de víctimas de la violencia, que es una bofetada a la familia LeBarón, al movimiento de reconciliación de Javier Sicilia, a los colectivos en contra de los crímenes contra las mujeres, a los centros de rehabilitación que son escenarios de verdaderas carnicerías por parte del crimen organizado.
“Ahí están las masacres”, leyó inercialmente el encabezado de Reforma y rió. Así, simple y llanamente. Luego, trató de corregir ya sin éxito: “son tan predecibles”, en referencia a los editores.
Yo le digo respetuosamente a nuestro presidente que no hay mucho de qué reírse. Masacres de por medio o muerto por muerto su gobierno arrastra en 2 años la tragedia de más de 50 mil mexicanos que han perdido violentamente su vida.
¿O acaso se ríe de las otras 72 mil muertes reconocidas oficialmente como efecto de la pandemia en nuestro país?
Ni de broma debiera reírse frente al escenario económico que hará caer más de 10 por ciento el Producto Interno Bruto Nacional durante este año. No creo que sea motivo de hilaridad para López Obrador que su gobierno será un sexenio perdido en materia de crecimiento.
¿Estaría riendo cuando ordenó colocar un muro policiaco para impedir a sus opositores llegar al Zócalo el domingo pasado? ¿Esbozó sonrisa alguna cuando vio las imágenes en avenida Juárez de lo que él combatió por años?
El circo nacional de la rifa del avión presidencial, del juicio contra expresidentes, de lo que sea para ayudar a mantener la mayoría en la Cámara de Diputados en las elecciones del año que entra es eso: un circo para distraer, para mantener simpatías y captar votos, no para reírse de sus payasos.
Por eso, ¿de qué se ríe, señor presidente?
*Periodista, comunicador y publirrelacionista