Alejandro Rodríguez Cortés*.
Aún en un país dividido y polarizado, las fiestas patrias no han dejado de ser factor de unidad, de fiesta y de celebración en las plazas públicas y en las mesas familiares. Si algo nos entusiasma es el grito “¡Viva México!”. Si los mexicanos nos fundimos como hermanos es en un crisol tricolor único en el mundo.
Este año será diferente porque el Zócalo de la Ciudad de México no estará pletórico de personas celebrando como cada año por voluntad propia, sin que haya acarreo político de por medio para estar ahí. Será diferente porque el presidente de la República sí cumplirá su parte del ritual desde el balcón central de Palacio, pero su grito no encontrará eco en esa plaza que tantas veces llenó como terco opositor o ya como consagrado mandatario.
Andrés Manuel López Obrador no tendrá el ingrediente principal con el que disfruta el ejercicio de su poder: la gente, el pueblo bueno y sabio que lo encumbró, y que ahora lo dejará sólo por culpa de un virus.
Pero la diferencia no será solo la ausencia de multitudes, aunque éstas sean sustituidas por símbolos de fuego, luz que nos hace falta más que nunca en un país ensombrecido por muerte, crisis económica y desazón hacia un gobierno que ha quedado a deber como ninguno.
El presidente tiene razón en apelar nuevamente a ser un “rayo de esperanza” como lo fue de eterno candidato. Pero si quiere volver serlo ya sentado en la Silla del Águila, necesitará escuchar los otros gritos al contrario de las arengas y vivas a los héroes que nos dieron patria y libertad.
Deberá, debe, atender el grito de millones de personas que han visto minados o suprimidos sus ingresos; el de cientos de miles de deudos por víctimas de una pandemia sin control; el de pobladores asolados por la violencia del crimen organizado con todo y calles patrulladas por militares.
López Obrador ha hecho oídos sordos al grito de los empresarios, que alertan sobre la imparable caída de la fuerza productiva nacional. Desde Palacio Nacional preferiría el barullo de la concentración masiva que los gritos desesperados de los niños con cáncer sin medicamentos, de las mujeres violentadas, de los agricultores del norte que pelean por la escasa agua del desierto chihuahuense.
Esos gritos no pueden ser auténticos, piensa equivocadamente el primer mandatario de la Nación, al achacarlos siempre a un complot de quienes mezquinamente no quieren que el famoso AMLO ocupe el lugar con que sueña en la historia patria.
Para Andrés Manuel López Obrador, los emprendedores simplemente añoran privilegios pasados, por lo que no puede permitirse apoyarlos para mantener los empleos inviables en la recesión. Para el gobierno y su impresentable vocero de salud Hugo López Gatell, los muertos por Covid osaron en vida ser diabéticos o hipertensos. En pueblos y ciudades, los balazos prevalecen sobre los abrazos por culpa de Felipe Calderón. En la opinión pública, la crítica simplemente viene de “pasquines inmundos”.
A dos años de gobierno, apenas el primer tercio de su mandato, el caudillo macuspano, el “mesías tropical”, debe darle atención al grito de un país que aunque todavía en una proporción importante -que de ninguna forma mayoritaria- le concede el beneficio de la duda, le está reclamando golpes de timón, correcciones de políticas públicas y cancelación de inútiles obras de infraestructura.
Porque la crisis que ya está nuevamente entre nosotros es y será de proporciones históricas y su gestión determinará el derrotero de la mal llamada Cuarta Transformación.
Los otros gritos también cuentan. Porque se es presidente de todos y no solo de quienes lo apoyan a pleno derecho o hasta la ignominia de quienes acaban por ser ciega feligresía.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz