Rubén Cortés.
Estuvimos encerrados 35 años en la jaula del zoo. Nos daban alguna comidita y alguna medicina, pero ni idea de cómo era todo más allá de los barrotes. Y de pronto hay que saltar a la selva. Con el cerebro adormecido y los músculos flojos y débiles. Sólo los mejores podrían competir por la vida en la jungla. Yo lo intentaba.
Todavía Pedro no había escrito este párrafo mítico sobre el fin de la vida subsidiada, que el populismo había garantizado a los cubanos sin apenas producir, pues casi todo se lo regalaba el bloque soviético caído con el Muro de Berlín.
Tampoco el siguiente, sobre la pornografía realista en La Habana tras el derrumbe de las normas morales del Socialismo Real, que perseguía homosexuales y prostitutas:
Es que el sexo no es para gente escrupulosa. El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudor, microbios, bacterias.
Pedro no había escrito eso porque transcurría 1985 y el socialismo real cubano vivía su cénit: él era aún el mejor periodista de Cuba, firmaba como Pedro J. Gutiérrez. Un día me mostró la foto de una de las primeras tangas de Cuba.
Era una imagen captada a distancia a una chica en Varadero. Frederick Mellinger había popularizado la tanga en 1981, aunque Rudi Gernreich la había patentado desde 1979 como “mini panties”, y en Brasil ya le llamaban “tanga”.
La tanga era pornografía en el Socialismo Real, no por pudor, sino por capitalista. La primera escena de sexo en el cine soviético tardó hasta 1988 en La pequeña Vera, con Natalya Negoda y Andrei Sokolov.
Pero la tanga y Pedro tuvieron un éxito fabuloso a la par que el socialismo cubano registraba un desbarranque colosal. Darwinismo puro: la tanga se adaptó al turismo masculino de Europa y México; Pedro al hundimiento del periodismo por falta de papel y tinta.
Pedro empezó a firmar como Pedro Juan y a escribir literatura. Sus amigos y colegas nos exiliamos (uno se suicidó), pero él se insilió y escribió la gran novela del desastre moral y económico de Cuba tras el fin de la vida subsidiada por el gobierno.
Es Trilogía sucia de La Habana: narración dantesca del fracaso de un proyecto político en el que Pedro creyó, defendió desde su máquina Olivetti portátil, que consiguió por ser Vanguardia Nacional de la Emulación Socialista.
En aquella Olivetti me enseñó a redactar, y lo vi escribir el primer borrador de Trilogía sucia de La Habana, a principios de 1995, en cuartillas amarillentas membretadas con el logo de la agencia de noticias del Comité Central del Partido.
¿Pedro? Sigue insiliado en una playa habanera, aunque menos: vive parte del año en Europa.