Alejandro Zapata.
El pasado primero de septiembre tal como ha sido costumbre el Presidente envió un mensaje a la Nación desde Palacio Nacional, cobijado bajo un ambiente y escenario sobrio, dando a conocer desde su perspectiva el estado que guarda la administración pública federal, ejercicio de rendición de cuentas útil, necesario y al igual que sus antecesores, hizo uso de una retórica triunfalista y revolucionaria.
Lo cierto es que llega a este segundo año de gobierno con buena aprobación en las encuestas, por encima del cincuenta por ciento, aunque cuando se analizan los diferentes rubros de la administración los resultados registran números negativos, por lo que diversos analistas califican a un Jefe del Ejecutivo con amplio respaldo y un Estado débil.
En este último punto existe coincidencia prácticamente generalizada, pues el desmantelamiento de las de por sí frágiles instituciones del país, es un innegable sello del actual régimen, transitando del diseño presidencial que paulatinamente se iba construyendo, al retorno del presidencialismo en el que se ha convertido, concentrando funciones de toda naturaleza.
El diagnóstico crítico manifestado en su intervención lo reduce a dos puntos torales, la crisis sanitaria y la económica, poniendo sobre la mesa la causa de todos los males: la corrupción. En esta parte disiento al quedarse corto, pues padecemos también la de inseguridad, la violencia, la política y de impunidad.
Hace énfasis en un aspecto que nadie entendemos a ciencia cierta: la cuarta transformación que es su proyecto de Nación, sintetizado en dos elementos centrales; primero combatir la corrupción; el segundo un modelo económico basado en la moralidad, austeridad y desarrollo con justicia.
En cuanto al primer objetivo no hay duda, es un lastre que se viene arrastrando desde tiempos históricos y, aún hoy seguimos padeciendo, no obstante, se carece de una estrategia preventiva para evitar su cotidiana presencia. En relación con la economía, las reglas siguen inciertas en un país que requiere inversión y empleo, inclusive las predicciones en este aspecto son desalentadoras y se comparan con los escenarios de 1932, época de gran adversidad.
Se dejó de lado a todos los desaparecidos, ejecutados y fallecidos por la pandemia, ni que decir de los feminicidios, hechos que se presentan a diario y socavan la confianza ciudadana, permean y erosionan el tejido social, causan el dolor de un pueblo sometido a los más lacerantes actos de crueldad.
A su personal estilo, no se aguantó e hizo mención a los conservadores, título que utiliza para denostar y descalificar a sus adversarios políticos, sin entender que el Presidente de la República le corresponde promover la unidad de todos los mexicanos aunque piensen diferente, de otra forma es un permanente llamado a la confrontación y a la lucha de clases que en nada ayuda y menos en estos tiempos a la necesaria reconciliación nacional.
El país requiere urgentemente profundos cambios y desde una perspectiva de principios democráticos, la construcción de instituciones y la creación de políticas públicas con visión de largo alcance, por supuesto intolerantes a la corrupción y sujetas a medidas de austeridad, pues de otra manera, seguiremos con un Jefe del Ejecutivo presidencialista y un Estado cada vez más debilitado.