Rubén Cortés.
La primera tarea del populismo en el poder en Venezuela en 1999 fue desacreditar a la política y los políticos, con casos puramente mediáticos sobre corrupción. Tuvo éxito: hoy la democracia es imposible, porque los venezolanos dejaron de confiar en la política.
Lo hizo con un proceso de acusaciones entre políticos que convenció a los venezolanos de que todos eran iguales.
Y no importa que, después de destruida la política y con ella la democracia, los mismos venezolanos que no creen en la política ni la democracia, sepan que viven en el país más pobre del continente, aunque tiene las reservas de crudo más grandes del mundo.
Porque hoy la política está totalmente desarticulada, a causa del gran ventilador de lodo que prendió Chávez al ganar la presidencia: un circo que fascinó a la mayoría, sin saber que festejaba la llegada del mayor fracaso colectivo del planeta en el siglo 21.
Una oposición que, pese al desastre, vive enfrentada. Ayer, el eterno aspirante presidencial Henrique Capriles despanzurró la propuesta del “presidente encargado”, Juan Guaidó (reconocido por más de 50 países), de reagrupar a la oposición.
Guaidó quiere reunir a todos los líderes opositores nacionales y mostrar unidad. Capriles dice que eso no resolverá los verdaderos problemas de la gente, “siempre la más afectada por el ensayo y error de los políticos”. Hundidos, sí: pero con un ego tremendo.
Capriles, político a quien la dictadura robó elecciones, es el primero en desacreditar a la política y obstaculizar la unidad de los políticos, con los argumentos con que el populismo sembró la desconfianza y la sospecha en los políticos y la democracia.
Fue por el éxito del populismo (hacer creer que los políticos y las instituciones democráticas no sirven para nada) que fracasaron en Venezuela movilizaciones ciudadanas disueltas a tiros y golpes 2014, 2017 y 2019.
Y por lo que la dictadura pudo celebrar elecciones amañadas para la de Asamblea Constituyente, y los comicios presidenciales en los que se reeligió Nicolás Maduro, sin candidatos opositores (los inhabilitó a todos) ni observancia internacional.
De ahí la postura de Guaidó de que la ciudadanía no participe en más elecciones montadas y promovidas por la dictadura, hasta que exista unidad en una oposición que pueda organizar a los votantes, y que el régimen permita vigilancia internacional.
En cambio, Capriles (que ha sido victima en elecciones sin transparencia) cree que otras elecciones (aunque amañadas y con las reglas de juego de la dictadura) pueden ser un movilizador de la ciudadanía.
Pero ya los venezolanos están perdidos, por haberse olvidado de una máxima esencial de la libertad, que es de Obama:
“No dejes que te quiten el poder. No dejes que te quiten tu democracia”.