Alejandro Rodríguez Cortés*.
Soy un convencido de que en México hay libertad de expresión y que ésta no es concesión ni resultado de la mal llamada Cuarta Transformación. De hecho, hay claras muestras de que el actual gobierno no es precisamente tolerante a la crítica y a la disensión.
Sin sugerir siquiera que exista censura como la que había en el modelo setentero que parece ser el ideal de Andrés Manuel López Obrador, es obvio que quien critica en estos días las decisiones gubernamentales es señalado automáticamente como conspirador, enemigo de las causas justas o representante de intereses afectados por un supuesto combate a la corrupción.
En la polarización promovida desde Palacio Nacional, el pueblo bueno resiste las calamidades de la violencia sin control, de una pandemia mal enfrentada y de una crisis económica que se ha tornado descomunal. El gobierno, legítimo a no dudar, no ofrece certidumbre sino tan solo esperanza y “echaleganismo”, mientras que quienes documentan sus fallas pasan a ser los enemigos del extraviado bien común.
Desconozco cuánto tiempo más se pueda sostener este traslado de responsabilidades, basado en la innegable popularidad y aceptación presidencial entre un segmento importante de la sociedad mexicana, pero las muestras de la incompetencia en el ejercicio de gobernar son cada vez más obvias.
Si hablamos de la violencia que se prometió desterrar inmediatamente, después de 60 mil asesinatos no hay mucho para dónde hacerse, y 20 meses de gobierno parecen ser suficientes como para seguir dando el beneficio de la duda. Y, sin embargo, los culpables siguen ubicados en el pasado y no en una investidura presente.
Cuando el tema es la emergencia sanitaria por el virus COVID-19, deben morir 50 mil personas -hay quienes calculan que pudieran ser 150 mil mexicanos- para decir que el motivo de esta catástrofe humanitaria son los padecimientos crónicos en nuestro país. Los dos López, Obrador y Gatell, tratan de convencernos que el virus nos mata por gorditos, diabéticos o hipertensos y no porque no supieron o no quisieron aplicar políticas públicas eficaces de salud pública.
Y si llegamos a los bolsillos de las personas, a su empleo, a su capacidad de generar ingresos y de consumir, pues fíjense que la recesión económica ¡es culpa del coronavirus! Quieren así que olvidemos que el desplome inició un año antes de que la epidemia brotara entre nosotros, al iniciar su cacareada transformación.
A esas muestras de mala gestión de gobierno, podemos sumar en casi dos años la escasez de medicinas, el desbasto de gasolina y la fuga de capitales o de inversión privada, las más dolorosas, pero agregar otras que pueden tomarse como anecdóticas, pero que son botones de muestra de una administración pública incapacitada, mediocre e indolente.
Para muestra, el botón de la hasta hace poco muy valiosa plataforma electrónica para promover el turismo hacia nuestro país. Sí, el “VisitMexico” que primero se cayó del internet por falta de pago y luego nos avergonzó con traducciones literales al inglés de los nombres propios de nuestros lugares de interés.
Un gobierno incompetente desde lo más simple hasta lo más complejo, y tristemente doloroso.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz