Carlos Arturo Baños Lemoine.
En unos cuantos días se cumplirá un mes de la desaparición del menor indígena (tzotzil) de dos años Dylan Esaú Gómez Pérez. El menor fue apartado de su madre el pasado 30 de junio, en un mercado de San Cristóbal de las Casas, Estado de Chiapas. Desde entonces se ignora su paradero.
Todos los días vemos a su afligida madre, una joven de 23 años llamada Juana Pérez, haciendo gestiones para encontrar a su hijo. No es para menos. La criminología sostiene que mientras más pasa el tiempo, menos probabilidad hay de hallarlo con vida.
Dylan fue sustraído y, a partir de este hecho, pueden consumarse varios delitos: rapto, secuestro, tráfico de personas con fines de explotación sexual, pornografía infantil, tráfico de órganos, etc.
La Fiscalía General del Estado de Chiapas incluso ha ofrecido una recompensa de 300 mil pesos a quien proporcione información “relevante y útil” para encontrar al pequeño. La misma cantidad se ha ofrecido a quien proporcione datos verídicos y útiles sobre la mujer que, al parecer, maquinó la desaparición de Dylan con ayuda de dos menores, los cuales fueron utilizados como “anzuelos”. Algunos videos sugieren esta hipótesis. Esta mujer responde al nombre de Ofelia.
Como si la desaparición de Dylan no fuera suficiente drama, durante las acciones de búsqueda, el gobierno de Chiapas dio con una red de trata de infantes: en una casa hallaron cautivos a 23 niños, entre ellos varios bebés. Hasta donde se sabe, los menores eran obligados a vender artesanías y a pedir limosna en las calles. Pero la investigación no ha descartado posible abuso sexual en agravio de los menores.
¡Y, oh sorpresa!… tres mujeres indígenas estaban encargadas de la vigilancia del inmueble donde estaban encerrados los menores, en condiciones deplorables.
Todo este cuadro rompe, de tajo, con muchas de las sandeces “políticamente correctas” que los medios masivos de comunicación y la retórica obradorista pretenden encajarnos día con día.
Mujeres cometiendo delitos o como probables responsables de ellos. Y delitos contra menores de edad utilizando a menores de edad… ¡cuánta infamia!
Sí, las mujeres también delinquen, también maltratan, también abusan. Las mujeres, al igual que cualquier ser humano, son capaces de hacer el mal, son capaces de causar daño.
Principio fundamental de la criminología: cualquier ser humano puede hacer cualquier mal en cualquier momento. Todos los seres humanos son potenciales delincuentes. Por eso, la criminología insiste tanto en las medidas de prevención: “Más vale prevenir que lamentar”, reza una máxima popular. Porque, una vez cometido el delito, el daño ya estará hecho, aunque se castigue al culpable. Se trata de evitar el mal, en la medida de lo posible.
Es por esto que resulta detestable la mitología feminista. Detestable desde la Lógica, la Ética y la Metodología Científica. Al tratarse de una mitología reduccionista, maniquea, dogmática, anti-científica, retrógrada y androfóbica, basada en el binomio victimismo-chantajismo, el feminismo no estudia en verdad la cruda realidad de la violencia y de la delincuencia.
El feminismo “edita” la realidad: sólo ve lo que le conviene para sus perversos fines. Y cuando la cruda realidad la arrincona, sí reconoce la verdad de las cosas pero, usando piruetas mentales, tiende a eximir de responsabilidad moral y penal a las mujeres.
“Bueno, sí hay mujeres que cometen atrocidades”, llegan a reconocer las feministas a regañadientes, pero las cometen porque: “Se trata de mujeres patriarcalizadas”, “Se trata de mujeres sin conciencia de género”, “Se trata de mujeres que son rehenes inconscientes del machismo”, “Se trata de cómplices involuntarias del patriarcado” y bla bla bla… ¡La monserga de siempre!
Ya lo saben ustedes, mis apreciables lectores, que sí estudiaron Lógica en el bachillerato: la falacia del verdadero escocés. Las mujeres no violentan y, si lo hacen, no son verdaderas mujeres. El feminismo es, pues, una forma de irracionalismo.
¡Huy, pero también se cae el mito del “pueblo bueno” y el mito de la “reserva de valores morales y espirituales del pueblo de México”! Ya saben, los mitos guajiros del evangélico Presidente López Obrador. Mitos que siempre van unidos a la irracional exaltación de los “pueblos indígenas”, ésos que nos dan “ejemplo diario” de las delicias de la “vida comunitaria y ancestral”.
El “buen salvaje” de Rousseau se queda chiquito frente al “indígena puro” de López Obrador.
¿Dónde me río de toda esta farsa política?
El lamentable Caso Dylan destapa las cloacas reales de la sociedad mexicana: a) las mujeres también delinquen, incluso utilizando a menores de edad para concretar sus fechorías; b) las mujeres también delinquen, incluso afectando a otras mujeres; y c) las mujeres indígenas también delinquen, incluso utilizando su facha de “pobres, puras y explotadas”.
¡Que se sigan cayendo, a la vista de todos, las mitologías feminista y populista (obradorista)!
Nosotros, aquí, en este espacio, seguiremos apostándole al avance de la criminología.
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Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.