Alejandro Rodríguez Cortés*.
Férreo e implacable opositor durante muchos años, Andrés Manuel López Obrador les dijo de todo a los gobernantes mexicanos en turno. Convirtió a Carlos Salinas de Gortari en el villano favorito de la historia reciente, calló a Vicente Fox llamándolo “chachalaca”, despreció públicamente a Felipe Calderón a quien jamás se refirió como “presidente”, y cumplió cabalmente su promesa de traer “bajo mecate corto” a Enrique Peña Nieto.
Ingenioso como es, jugó con el apellido de su antecesor al advertir que el gobierno previo nos llevaría al “despeñadero”, en referencia a sus reformas constitucionales en materia energética y educativa que ahora busca revertir, pero también al modesto crecimiento de no más del 2 por ciento en la economía nacional.
Justo la promesa de revertir lo que él considera oprobioso para la Nación, de llevar por lo menos al doble el ritmo de expansión económica, de erradicar la violencia rampante en todo el territorio nacional y de acabar con la corrupción como el sello de la política mexicana, lo hizo triunfar clara e inobjetablemente en las elecciones de 2018.
Hoy, dos años después de aquello, el Producto Interno Bruto pasó de un freno total en el 2019, sin pandemia de por medio, a una franca recesión en lo que va del 2020, a cuyo fin el PIB habrá caído -si bien nos va- un 10 por ciento.
A la mitad del ejercicio fiscal en curso, el terrible desplome económico, la falta de certeza para la inversión privada aún con la entrada en vigor del nuevo tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, la caída vertical en la producción industrial, y la inminente pérdida del grado de inversión que tanto tiempo y esfuerzo costó obtener para México, constituyen un panorama sombrío y preocupante que destaca para mal en el ya de por sí complicado escenario mundial.
He señalado en este espacio que la ya célebre frase lopezobradorista de que el Covid-19 “le cayó como anillo al dedo” a su gobierno, es estrictamente cierta, porque traslada la responsabilidad del desastre económico a un mortal virus, cuando éste lo que hizo fue acentuar una tendencia negativa que ya había iniciado como consecuencia de decisiones equivocadas tomadas en Palacio Nacional.
Pero el presidente de la República piensa más, mucho más en la elección
intermedia de 2021 que en enfrentar la grave crisis económica. Privilegia la entrega directa de dinero a clientelas electorales sobre una política fiscal que dirija recursos a la sobrevivencia de empresas y con ello a la preservación de los empleos. Parece dedicar más tiempo a revisar las encuestas de opinión y las tendencias digitales que a proyectar escenarios económicos.
López Obrador le apuesta todo al TMEC, pero no manda señales de confianza a los inversionistas, ni siquiera al ser arropado públicamente por su grupo de empresarios favoritos. Ya votó por Donald Trump quizá buscando respaldo financiero, pero éste se ve tan lejano como está el magnate de Joe Biden en los sondeos preelectorales estadounidenses.
Más aún, la economía no es el mayor de sus problemas. Hay cifras record no solo de contagios virales, sino de muertes violentas en lo que parece ser un Estado fallido como el que el hoy mandatario refirió durante la llamada “guerra de Calderón” hace pocos años. Ante los abrazos ofrecidos en lugar de balazos, el crimen organizado muestra ufano su poder y capacidad operativa e incluso osa atentar contra el mando policial de la ciudad de México en el corazón mismo de la capital.
No parece haber más solución que la de convertir lo que sin duda es un avance en la lucha contra la corrupción e impunidad, el caso Emilio Lozoya, en un circo mediático que ciertamente podrá traerle beneficios políticos, pero que no hará que éste siga siendo un gobierno que realiza la mayor parte de sus adquisiciones y contrataciones por vía de la adjudicación directa.
Independientemente de que el exdirector de Petróleos Mexicanos pise o no la cárcel, o de que Luis Videgaray y el propio Enrique Peña Nieto sean sentados en el banquillo de los acusados, la empresa petrolera seguirá siendo un barril sin fondo por el que ya se han ido cientos de millones de dólares tan necesarios en tiempos recesivos.
Andrés Manuel López Obrador divisó un despeñadero y así lo advirtió. Hoy, ya como presidente de la República, está al borde del abismo.
Si todavía fuera opositor, haría un nuevo juego de palabras para llamar de otra forma al vacío hacia donde nos dirigimos como país: un “pejipicio”.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz