Boris Berenzon Gorn.
A Rosario Piedra, con solidaridad, afecto y admiración por sus convicciones
“Tu desconfianza me inquieta y tu silencio me ofende”
(Miguel de Unamuno)
Las reacciones para enfrentar la amenaza del COVID-19 han sido diversas alrededor del mundo. Pero no solo en términos de gobiernos sino de las propias acciones de las sociedades. Autoridades de varios países han felicitado a sus poblaciones por sus esfuerzos por permanecer en casa y guardar las medidas sanitarias. Apegándonos al tono de estos discursos, parecería que el planeta entero vio la tempestad y decidió tomar todas las protecciones para resguardar la vida, pero ¿qué tanto se corresponde esta imagen con la realidad?
La mayoría de las aristas de la pandemia que estamos atravesando pueden leerse en función del cumplimiento de un derecho. La más evidente de estas lecturas puede hacerse en relación con las medidas restrictivas que se tomaron, o no, para disminuir el contagio. En este sentido, hubo dos opciones posibles. Tuvimos, por un lado, a los países que decidieron aplicar toques de queda, multas y hasta encarcelamiento para evitar que las personas salieran de sus casas y propiciaran la propagación del virus. Es verdad que esta epidemia necesitaba medidas serias y a la altura, pero ¿suspender los derechos humanos era la única opción? Estos eventos sientan precedentes que será difícil combatir en el futuro.
Por el otro lado estuvieron las naciones que decidieron emitir recomendaciones y permitir que su población las acatara según sus propias posibilidades. Aunque fue una medida difícil de comprender, tiene que leerse a la luz del amplio sector de la población que se dedica al trabajo informal y que, de ser obligada a permanecer en su casa, simplemente habría muerto de hambre. Pero no solo eso: esta medida tiene que leerse, en regiones como América Latina, a la luz de las graves violaciones a los derechos humanos que hemos vivido en el pasado. Tomar una medida restrictiva cuyo cumplimiento estuviera en manos de las fuerzas armadas era, sin duda, abrir las puertas a un pasado que todavía no acabamos de resolver.
Hace unos días se viralizó en redes sociales un video en el que el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, aparece enunciando sus razones para no utilizar toques de queda ni multas ni otros métodos restrictivos para evitar que la gente saliera a las calles y propagara el virus. Después de explicar, a su manera, motivos similares a los que acabo de enlistar, asegura que el pueblo de su país decidió respetar las medidas en un comportamiento ejemplar. No sé qué tanto se haya dado en realidad este comportamiento, pues eso tendrían que decírnoslo los colegas uruguayos, pero, desde México, podemos decir que las respuestas de la sociedad fueron, más bien, heterogéneas.
Por supuesto que existe un nutrido grupo de la sociedad que ha respetado al máximo las medidas de seguridad, atendiendo las indicaciones derivadas de cada color del semáforo de actividades con el que se ha hecho frente a la pandemia. Están también las personas que tuvieron que continuar con su vida porque no tenían otra opción; la necesidad de buscarse el pan y la falta de seguridad social les impidieron considerar por lo menos la posibilidad de resguardarse.
Después de estos dos grupos, que son los más visibles o los más mencionados, aparecen otros dos, con sus respectivas intersecciones. El primero es el de los cínicos; es decir, las personas que, habiendo accedido a educación superior y a condiciones dignas de vida, deciden no seguir medidas básicas de seguridad, como no hacer reuniones grandes, usar cubrebocas o guardar la sana distancia porque se piensan inmortales o porque aseguran que es la mejor forma de reaccionar frente a una pandemia que promete durar muchos meses más o porque simplemente no les importa.
El otro grupo, considero, no puede tratarse con los mismos parámetros. Escuchamos a mucha gente decir que “no cree” en la existencia del virus o que detrás de su aparición hay una suerte de conspiración internacional. Es fácil juzgar despiadadamente estas posturas, pero no es lo oportuno. Tenemos que leer esta postura a la luz de la enorme brecha educacional que hay en México. El derecho a la educación ha sido históricamente pisoteado para muchos en nuestro país. Y no solo en la falta de acceso, sino también en el acceso a medias.
El hecho de que algunos sectores no tengan parámetros científicos para evaluar su realidad, a lo que apunta es al repetido fracaso de las políticas educativas que nos preceden. Esto no significa que unas personas sean “superiores” o “inferiores” por tener estos parámetros; señala, simplemente, que en su posesión o falta de ella hay una injusticia de la que no se puede culpar al sujeto.
Similares han sido las injusticias en términos de otros derechos; por ejemplo, el derecho a la salud y el derecho a la vivienda. ¿Quiénes son los más afectados de la pandemia, independientemente de la edad? Las personas con obesidad y con diabetes. ¿Por qué? Por una repetida violación a su derecho a la alimentación, en favor siempre de empresas que se benefician de ello. ¿Cómo se propaga más rápido el virus? Entre las personas que viven hacinadas, una forma más de la violación al derecho a la vivienda.
El COVID-19 debe llevarnos a encarar las muchas violencias en materia de derechos humanos que hemos dejado germinar. Mientras no las atendamos, seguirán proliferando, causando nuevas crisis.
Manchamanteles
En la Ciudad de México, restaurantes y negocios empiezan a abrir sus puertas. Una gran inversión tendrán que hacer sus propietarios para adecuarse a los nuevos requerimientos de higiene y seguridad. En el mejor de los casos, es una inversión que se verá reflejada en el restablecimiento de sus actividades. Pero, en el peor, si el semáforo vuelve a estar en rojo, esta inversión tendrá que ponerse en pausa si hay un nuevo pico de la epidemia y hay que esperar de nuevo el semáforo naranja. La decisión está en manos de la ciudadanía.
Narciso el obsceno
El germen del narcisismo de mañana: la mayoría de los infantes de nuestros días son educados desde la idea de que los padres deben satisfacer de manera inmediata todo capricho de sus hijos para que —idílicamente— los progenitores suplan sus ausencias o negligencias, lo que provoca que los menores no aprendan a tolerar la frustración, y esto les traerá consecuencias negativas a largo plazo, pues esto produce individuos desprovistos de empatía y terriblemente narcisistas. ¿Será que el aburrimiento es también parte de la vida e inspirador de la creatividad?