Historias fantásticas. Balacera en las Lomas

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

El atentado a Omar García Harfuch ha desatado una ola de especulaciones de toda índole, algunas sustentadas en datos reales, para mi entender, salpicadas de inexactitudes. Sobre todo, lo que ha alebrestado el ambiente, ha sido la declaración de un “atentado de la derecha” por parte de dos improvisados en los temas reales de gobierno: el publicista Epigmenio Ibarra y John Ackerman, el consorte de la secretaria de la Función Pública. A los dos les sobra capacidad para escandalizar. Uno con mucha experiencia en truculencias cinematográficas; y el otro, en una imaginación propia de un trasnochado, que se siente descubridor del hilo negro; el gabacho es un adulador de la presidencia, pero un ingenuo mal intencionado, para entender las jugadas políticas de México, no entiende lo elemental.

Vamos por partes.

El joven policía es de lo mejor que se tiene. No hay otros que se asuman como policías. Todos le hacen al vivo, son listillos que saben que el sistema no respalda a la mera hora y simulan.

Los políticos de plano confiesan que tienen miedo, ¡ay nanita!

Los de la procuración de justicia le juegan al astuto, García Harfuch sí le entra. Ya no hay de esos. Porque los desacreditan y la ola de chismes los aniquila. Cargan con el muerto, después de que las órdenes del mando político histéricas asustadizas instruyen sin conocimiento.

Los cárteles odian a García, y le temen. Van a intentar otro ataque, de ese tamaño es el daño que les ha infligido.

Y salen con el cuento de un atentado de la derecha, como afirmaron esos jacobinos frustrados ya mencionados. Pero hay otra versión, de que fue un auto atentado, como si los sicarios fueran en verdad expertos y no otros adictos dispuestos a cualquier estupidez por un poco de droga. Aventársele al jefe de la policía capitalina requería de novatos o de experimentados, pero deteriorados mental y físicamente por los vicios.

La realidad delincuencial no es la que sale en las películas, a los malos no los combaten porque “se ponen a mano”, no porque sean invencibles. Por eso matan a jueces, pero primero les quitan las escoltas, los sicarios van a la segura con el apoyo de los que deberían proteger a fondo a las autoridades que combaten los delitos.

Y claro que hubo traición porque es el mismo grupo, como comentaba un amigo mío, el que durante 24 años ha estado en el poder de la capital. Los intereses son enormes y rancios. Y todo indica que el policía acribillado, ha querido barrer intereses en la policía capitalina.

Fue víctima para mí, de órdenes aceleradas, de delincuentes de nuevo cuño del tipo que él señaló, del Cártel de Jalisco, estrenados en ascender en la crueldad y en gritos, sujetos que quieren fama por medio de sangre sin ton ni son, el atentado afortunadamente no describe hampones cerebrales, sino asesinos iracundos. Les sale mal el acelere.

Y empiezan las historias que ensalzan de más o vituperan a la familia del policía. Remiten odios de otros tiempos al presente. Recuerdan a Marcelino García Barragán, el abuelo de García Harfuch que fue secretario de la Defensa con Díaz Ordaz, pero olvidan esos izquierdizantes que era un cardenista de hueso colorado, que estuvo dispuesto junto con otros militares a lanzarse a las armas ante el fraude electoral, ese sí, que le cometieron en 1952 a Miguel Henríquez Guzmán, a quien Cárdenas empujaba contra Ruiz Cortines.

El de Jiquilpan quería en principio que le regresaran el poder a los militares. En esa campaña estuvieron Amalia Solórzano de Cárdenas, Cuauhtémoc, y estuvo también muy joven Javier García Paniagua padre de García Harfuch; el general Juan Barragán abuelo de Moctezuma Barragán; José Muñoz Cota un orador brillante y muchos políticos de la izquierda que en ese mismo año quisieron hacer un “gobierno legítimo” pero Cárdenas el instigador, los paró y se disciplinó con Ruiz Cortines. El henriquismo se acabó.

García Paniagua como Gutiérrez Barrios no eran coincidentes desde el Colegio Militar. En su momento les tocó enderezar el movimiento que Luis Echeverría desató en 1968, con los métodos de la época. García Paniagua puso en paz a algunos alebrestados caciques y a otros promotores de la violencia. No se justificaban las formas, para nada; como tampoco los esfuerzos de la guerrilla por desatar el caos. Pablo Sandoval, el suegro de Ackerman, era de los rijosos cercano a Lucio Cabañas el guerrillero de Ayotzinapa y las revanchas tal vez arrancan de esos tiempos. Ahora que la nueva generación guerrillera está en el pináculo del poder ¿quieren venganzas?

Porque en esas hipótesis conspirativas más parece un atentado interno en todo caso, una fantástica vendetta planeada desde una mente de guerrilleros. Lo que demuestra sus deficiencias, porque el móvil es algo que caracteriza a las izquierdas: la lucha intestina es lo suyo.

Los apresurados señalamientos de la conspiración de derechas, en un país en que no existe la derecha, es explicación no pedida… ¿o me equivoco?

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