México.- A un lustro de su partida, 26 de junio de 2015, el escritor capitalino Gustavo Sainz es recordado por ser protagonista del relevo generacional de autores de la literatura mexicana, conocido como La Onda, quienes revolucionaron la lingüística y la narrativa madura a una de protagonistas jóvenes dueños de un lenguaje coloquial, cotidiano, así como la incorporación de un submundo donde temas como la delincuencia y la drogadicción abonaron a un novedoso material literario.
En homenaje póstumo, en el marco de la campaña nacional “Contigo en la distancia”, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través de la Coordinación Nacional de Literatura, recuerdan la obra del también narrador, ensayista, dramaturgo y editor, autor de las novelas Gazapo (1965) y la Princesa del Palacio de Hierro (1974), laureada con el Premio Javier Villaurrutia de ese año.
Gustavo Adolfo Sainz Reyes (1940-2015), quien fungió como director de Literatura del INBAL, es descrito como un exorcista de sus problemas particulares que cautiva, seduce personajes determinados, de mano del experimento constante de una lingüística irreverente y franca, con destellos de crítica social y complicidades literarias a las que añadió una versatilidad de estilos y temáticas en las que apostó por una juventud convulsa como hilo conductor de su valiosa herencia.
La Onda
En entrevista, el escritor Armando González Torres afirma que autores como Gustavo Sainz y José Agustín, así como el resto de los integrantes de la llamada generación de La Onda, tienen una importancia fundamental en las letras nacionales al dar un valor central a los jóvenes y a su lenguaje.
“Hasta antes de ellos, los protagonistas eran sobre todo hombres y mujeres maduros, y con ellos hay un auténtico relevo generacional en los actores de la literatura mexicana: los personajes comienzan a ser adolescentes, con el descubrimiento de sí mismos”, destaca.
Añade que Sainz Reyes formó parte de la ola de escritores que constituyen una auténtica revolución lingüística al incorporar el lenguaje coloquial, cotidiano, la jerga de los jóvenes y de algunos submundos, como la drogadicción y la delincuencia, con lo cual creó un novedoso material literario. “Son obras precursoras Gazapo, La princesa del Palacio de Hierro y Compadre Lobo (1977), que fueron libros de revelación, de liberación simultánea para un joven lector como yo”, señala González Torres, autor de Las guerras culturales de Octavio Paz (2002).
Reconoce en Gustavo Sainz a un ensayista experimental quien se reinventaba en cada obra que escribía, aunque éstas podrían sufrir una falta de vigencia por el lenguaje coloquial, “porque en ocasiones mucho de lo que era la jerga juvenil en los años sesenta o se ha avejentado o simplemente resulta ininteligible”, puntualiza.
Edición, su segunda vocación
Gustavo Sainz se adelantó a la transición digital, o más bien fue su precursor en la literatura mexicana, al ser el primer autor nacional en escribir una novela con el apoyo tecnológico de una computadora. Para lograrlo, en 1975 acudió a la empresa IBM México donde consiguió que le prestaran un procesador con el cual escribió Compadre Lobo. Tres años después adquirió su propia computadora, con cintas de tres pulgadas y un costo de más de 14 mil dólares. Se dice que desde entonces no regresó a la máquina de escribir.
El autor de Obsesivos días circulares (1969) nació en la Ciudad de México el 13 de julio de 1940; estudió Leyes, Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se desempeñó como asesor editorial en la Secretaría de Educación Pública (SEP) y fue fundador de la colección SEPSetentas, el Calendario Ramón López Velarde y el suplemento La Semana de Bellas Artes. Trabajó como profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y en la University of New Mexico.
En su obra novelística destaca Ojalá te mueras y otras novelas clandestinas mexicanas (1982); A la salud de la serpiente (1991); Quiero escribir pero me sale espuma (1998); La novela virtual (1999), entre otras, y una autobiografía.
Ocupó la dirección de Editorial Grijalbo, y de Literatura del INBAL, y se desempeñó como jefe de Redacción de Visión; fundador y director de Eclipse y Siete y director artístico de la Revista de Bellas Artes, entre otros. Colaboró en publicaciones como Caballero, Diorama de la Cultura de Excélsior, Eclipse, El Sol de México, El Universal y La Cultura en México. Obtuvo el Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada (2003) por A troche y moche. Falleció el 26 de junio de 2015, en Bloomington, Indiana, Estados Unidos, donde vivió sus últimos años.
El Arsenal / Con información del INBAL