El 27 de enero es el Día Internacional del Recuerdo de las Víctimas del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido.

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas.

En memoria de Bashir Shariff. Me descubrió en Roma y se despidió en Kuala Lumpur.

¡Descanse en paz! Mi amor a Zee y a los niños.

 

El 27 de enero es el Día Internacional del Recuerdo de las Víctimas del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalén, en el Museo del Apartheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga, Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gulag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria, única defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas. 

 “La vida se detuvo ayer en Israel durante dos minutos en las calles, oficinas y escuelas, para rendir un tributo silencioso a los 6 millones de víctimas judías del nazismo, en el Día del Holocausto. A las 10 de la mañana (hora local) los coches, el tranvía de Jerusalén, los autobuses y también los peatones quedaron inmóviles durante 120 segundos para participar en este homenaje colectivo. Asimismo, todas las cadenas de radio y de televisión que difundían desde el miércoles testimonios, documentales y películas sobre el genocidio interrumpieron su programación. Cerca de 189 mil personas que lograron escapar del horror nazi viven hoy en el Estado Israelí” (La Jornada).

En el verso de Martin Niemöller –quien antes de ser pastor luterano fue comandante de un submarino en la Segunda Guerra y apoyó al nazismo en sus inicios- una voz que parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.

El silencio y la ceguera inducida o voluntaria casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra quemada en Sudáfrica; el Holocausto; la represión del pueblo palestino. En estos episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una constante. Las primeras noticias de los campos de concentración nazis fueron relegadas a pequeños espacios interiores por los editores del New York Times para no dar la impresión de que eran manipulados por la propaganda.

Pero desde 1933, en diarios locales de poca circulación, se dieron noticias que debieron haber sido como focos rojos. El 2 de abril de 1933 el Charleston Gazette publicó: “En Alemania, día de boicot contra judíos”, dando cuenta de movilizaciones de camisas pardas que pintaron leyendas como “Peligro, tienda judía” y “Cuidado con el judío”, junto con calaveras y huesos cruzados, en comercios.

The Sheboygan Press del 27 de noviembre de 1935 llevó la nota: “Hitler asegura que Alemania es el dique contra el comunismo”, con declaraciones del canciller en el congreso de Núremberg que votó las leyes raciales que prohibieron el matrimonio entre judíos y no judíos y despojaron de derechos civiles a los alemanes con sangre judía. “Esta legislación no es antijudía; es pro alemana”, dijo el cabo demencial.

“Ordenan cesar la violencia contra los judíos en Alemania” fue el titular del Edwardsville Intelligencer del 10 de noviembre de 1938. En la nota se lee que el médico estadounidense Lawrence K. Etter y varios noruegos, suizos y daneses, fueron llevados a la comisaría por tratar de tomar fotos y filmar a la turba nazi que se dedicó a destruir comercios y sinagogas, además de arrestar a miles de judíos “para protegerlos”.

En el Circleville Herald del 21 de febrero de 1941 apareció la información de que todos los judíos vieneses serían deportados a Lublin, Polonia, en doce corridas mensuales de trenes especiales. En Lublin se estableció el campo de concentración de Majdanek.

“Terror y muerte para judíos alemanes” fue el título del reportaje firmado por Pierre J. Huss en el Lowell Sun el 27 de enero de 1942: “Una noche pasé por la sinagoga de la Fasanen Strasse (destruida por los nazis en noviembre de 1938). Vi un conjunto de camiones y pensé que estarían instalado en las ruinas una batería antiaérea. En la oscuridad escuché gemidos y voces que daban órdenes. Regresé para averiguar. Por accidente me había topado con una de las primeras concentraciones de judíos en sus antiguas sinagogas para de ahí ser llevados a los guetos de Galicia. El sistema de Martin Bormann para liquidar a los judíos era tan eficiente como inhumano. Noche a noche alrededor de las 11, escuadrones volantes de la Gestapo salían por la ciudad para sacar de sus hogares a familias judías”.

El 29 de noviembre de 1943, The Gleaner dio cuenta de la masacre de siete mil judíos en Babi Yar, en las afueras de Kiev, en represalia por supuestos atentados contra las tropas nazis que avanzaban al Don y al Volga. “Los alemanes obligaron a prisioneros rusos a cubrir los cuerpos de los ejecutados. Muchos estaban vivos, de tal suerte que la tierra se movía en la fosa”.

Un año después, el Galveston Daily del 26 de noviembre anunció el reconocimiento oficial de las atrocidades: “Funcionarios estadunidenses describen asesinatos masivos de los nazis”. La nota es un testimonio de las condiciones en los campos de Auschwitz y Birkenau: “Es innegable que los alemanes han asesinado a millones de civiles sistemática y deliberadamente”.

El 30 de abril de 1945 en el Herald Press apareció la noticia de que el ejército estadounidense había liberado a 32 mil “muertos vivientes” en Dachau y el Gleaner del 21 de noviembre siguiente publicó a ocho columnas: “Comienza el juicio de los principales criminales de guerra nazis”. 

Exactamente 70 años después, el martes 21 de abril de 2015, en Luneburgo, Alemania, Oskar Gröning, de 93 años, fue llevado ante un tribunal acusado de complicidad en 300,000 homicidios, como “contador” del campo de concentración de Auschwitz. El anciano pidió perdón a las víctimas, algunas presentes en la sala. 

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