Palabras de fe: de lo mundano a lo trascendente

Por Joao Santibáñez

¿Qué haces tú aquí? ¿Qué necesitamos de ti como para que nos orilles al borde de la locura, insinuando que es fe, confianza y amor hacia ti? ¿Qué tan omnipotente eres como para guiar mi voluntad hacia los senderos de tu reino? Dios ¿qué haces aquí, en un mundo con ilusiones pobres, débiles, frágiles como la línea que divide el camino hacia tu gloria y el camino hacia el infierno? ¿No te has cansado de nosotros? ¿No sería mejor que aspiraras a una raza más humilde y menos cobarde que la nuestra? Muchos comentan que nos has abandonado, incluso algunos aseguran que nunca estuviste aquí. O de otra manera, ¿cómo es que te entrometiste en nuestras vidas cuando nadie realmente te vio, cuando tu existencia es indiferente al universo? No existes sólo para los desahuciados, existes para aquellos que lo tienen todo, que no han volteado su mirada al horror de tu esperanza y que no han colapsado en el encanto de tu silencio. Tú reinas en la indeterminación, en el ocaso de la certidumbre, el espacio vacío que se genera con cada paso que damos, con ese instante de avance ciego, mirando a todos lados y no observando nada; por nuestras venas la sangre corre con una velocidad tremenda, como si quisiera salirse y no formar parte de esa caída al abismo, de la inviabilidad de todo sentido. La certeza es como tú, fugaz en cualquier momento y aún así más presente que el viento que alienta nuestro espíritu, que nos asfixia con la imposibilidad de totalizar nuestra existencia, justo como la tuya. ¿Qué somos para ti? ¿Qué hacemos aquí? Te miro con toda la seguridad del agua al caer por las montañas y te acepto con una sombría esperanza, me recobijo en la tela oscura que nos brindas cada cierto tiempo. Yo no me reconozco en ti; o tal vez esa es tu pretensión, engañarnos; pero si yo existo ahí donde me niego, no es que exista en la contradicción, sino en el espacio que la genera: soy ese instante de la decisión. Existo no en mis afirmaciones, sino en mis actos, los mismos que están desprovistos de lenguaje aunque sin él no acontecerían. Tú, Dios, estás ahí justo cuando no te nombro, así como yo. Ya entendí. Yo soy en ti, precisamente en cada “instante”.

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