El Premio Mayor, El Premio Mayor…

Luis Octavio Murat Macías.

Todos los revolucionarios proclaman sucesivamente que las revoluciones pasadas no condujeron en definitiva más que a engañar al pueblo, y que solamente la que ellos tienen a la vista será la verdadera revolución. Wilfredo Pareto

Vaya zaragata que armó el Presidente con sus ocurrencias sobre el avión presidencial, que como papa caliente, le quema las manos. El problema radica en que no quiere usarlo porque es un exceso, un dispendio que ofende a los pobres de México, y en efecto lo es.

Esta consideración ha rendido positivos dividendos en la amplia masa de sus seguidores desde que el Presidente inició su administración.

Así que decidió venderlo, y con ese desplante populista que lo caracteriza anunciaba en cada uno de los mitines de las plazas públicas del país su austera decisión, a fin de sumar apoyos y admiración. Los resultados fueron significativos en el aumento de su popularidad.

Es verdad, el avión presidencial le redituó más ventajas sobre una oposición débil que carece de la fuerza política necesaria para oponerse a un Leviathan que, hasta ahora, casi todo lo puede, pues el equilibrio político entre los poderes no existe y los partidos pues están partidos en varias partes, y, por lo tanto, la teoría y la práctica política es deficiente y desigual o no existe.

Sin embargo, en los últimos días la popularidad presidencial ganada con machaconas denuncias de corrupción y dispendio de las pasadas administraciones se ha visto afectada debido a la imposibilidad de concretar la venta del “Palacio de los cielos” que tantas veces prometió el Presidente.

En efecto, las promociones de venta que por un año se realizaron en California no resultaron, y los gastos de mantenimiento y estacionamiento continuaron hasta alcanzar la cifra de 30 millones de pesos. Lo peor fue que no se obtuvo una sola propuesta de compra digna de tomarse en cuenta, pues tampoco se trataba de malbaratar un activo tan costoso para salir del paso.

Aún así, 30 millones de pesos se tiraron al cesto de la basura sin que un positivo dividendo justificara el dislate presidencial. Solo se cumplió el capricho de un solo hombre que alimenta sus vanidades populistas pero que, en esta ocasión, sus ocurrencias no acertaron en el centro del tablero:

Fue la semana pasada cuando la ingeniosidad del Presidente se dio a conocer al proponer cinco alternativas para deshacerse de la “papa caliente” que le quema las manos y que no sabe cómo deshacerse de ella, (aunque ya dijo: “ustedes decidirán”).

1) Propuso venderlo con apoyo de la ONU, 2) Intercambiarlo con Estados Unidos por equipos hospitalarios. 3) Que 12 empresas mexicanas lo compren, 4) rentarlo por hora y 5) Una propuesta que es toda una joya: rifarlo por medio de la Lotería Nacional poniendo a la venta 6 millones de “cachitos”(sic) de 500 pesos cada uno.

La genialidad propuesta por el Presidente causó toda clase de opiniones, críticas, burlas, sarcasmos, descalificaciones, caricaturas, que rayan los límites del absurdo pues las propuestas palaciegas del Presidente reflejan un mundo inexistente, irreal, que no corresponden a los tiempos que se viven.

El país no es un territorio marginal y miserable en el que todos son pobres y carentes de educación. México es la décima economía mundial y el socio número uno de la economía más rica del mundo, es el país que más exporta a su socio, y que además forma parte del mercado comercial más poderoso del orbe integrado por México, Estados Unidos y Canadá, el T-MEC.

De manera que las ocurrencias presidenciales como las de hacer loterías para vender el avión presidencial no aplican en un mundo que cada día demanda superación y crecimiento en todos los órdenes de la ciencia, la técnica, la política y el conocimiento.

La Isla de la fantasía, programa televisivo interpretado por el Sr. Roarke, (Ricardo Montalván) y su asistente Tattoo, (Hervé Villechaize) se iniciaba cuando Tattoo gritaba “el avión, el avión, el avión”, fueron personajes de la serie que mágicamente hacían que los sueños de las personas se hicieran realidad.

Repetir o imitar la serie televisiva que se transmitió con éxito entre 1977 y 1984 es un absurdo pues segundas partes nunca son buenas, porque Palacio no es una isla de la fantasía, aunque en ocasiones lo parezca.

@luis_murat

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