Boris Berenzon Gorn.
Cuando los intelectuales tienen curiosidades más allá de la existencia, sólo hay dos opciones: o que el pensamiento goza de buena salud o que se vive una crisis epistémica. En una sociedad sana, las obligaciones del pensamiento deben corresponder siempre con los grandes problemas vitales —ya sean nacionales o internacionales—, necesariamente relacionados con la justicia y la libertad.
En su libro clásico Si esto es un hombre (1958), Primo Levi habla de los fantasmas cartesianos para hacer notar cómo se crean imposiciones ideológicas con el propósito de justificar todo desde un dogma (desde la cultura, por ejemplo). Quizá, el ilustre escritor judío italiano se adelantó a la respuesta que, años más tarde, daría Jacques Lacan a la célebre máxima de Descartes (“pienso, luego existo”): “donde me pienso no existo” (con la cual el psicoanalista francés cuestionaría la perenne permanencia en el trono de su majestad la razón).
Al inicio de este año —que ojalá sea venturoso—, vuelve a ser tema de discusión el comienzo exacto de la década (lo mismo que sucedió en el año 2000, cuando la polémica giró en torno a la puntualidad del cambio de siglo, milenio o lo que usted guste agregar). Una vez más se están gastando tinta, papel y neuronas en una discusión estéril, en la que se recurre incluso a la Real Academia Española como autoridad (quizá la polémica es sólo un pretexto para no ver problemas verdaderamente relevantes). Ante la pregunta de si empieza una nueva década en 2020, la RAE respondió vía Twitter: “No, empezará en 2021. Como señala el DPD [Diccionario Panhispánico de Dudas], cada década comienza en un año acabado en 1 y termina en un año acabado en 0. Así, la primera década del siglo XXI es la que va de 2001 a 2010; la segunda, de 2011 a 2020, etc.” De esta manera, muchos pudieron descansar, creyendo que tenían el blasón de la verdad histórica, pero lo cierto es que nada cambió en realidad.
El tiempo y el espacio han sido producidos, transformados y diferenciados mediante procesos en los que intervienen distintos factores sociales. Para poder inventar la agricultura y tener con ello la posibilidad de una vida sedentaria y llegar posteriormente a la construcción de espacios urbanos, la sociedad necesitó crear una serie de herramientas ad hoc. A partir de ese momento, hemos vivido un proceso de transformación permanente, producto siempre de los cambios socioeconómicos y de los adelantos científicos y tecnológicos.
En el caso de la Ciudad de México, la manera de concebir el tiempo ha cambiado radicalmente con el paso de apenas unos cuantos siglos. Casi nada sabemos de quienes antes de los aztecas habitaron la cuenca de México, pero —gracias a los esfuerzos infatigables de humanistas como fray Bernardino de Sahagún o el recientemente fallecido Miguel León-Portilla— sí sabemos que los también llamados mexicas entendían el tiempo como un círculo, debido al profundo vínculo que su sociedad tenía con los ciclos de la agricultura. Con los españoles llegó la linealidad histórica, propia de los pueblos del Mediterráneo (griegos, latinos y judíos), la cual se extiende hoy a todo el mundo occidental u occidentalizado (o sea a prácticamente todo el mundo). No obstante, de ninguna manera podemos pensar que nuestro tiempo lineal es igual al tiempo lineal de la pequeña capital virreinal, donde todo estaba a la distancia de unos cuantos pasos y los relojes de las iglesias ordenaban cada mínimo detalle de la vida privada. Independencia, Reforma, Porfiriato y Revolución han dejado una huella imborrable en la manera como concebimos el tiempo los mexicanos.
No es broma ni exageración afirmar que hoy vivimos en un tiempo neoliberal (o, en todo caso, posneoliberal), pues las condiciones vitales impuestas por este modelo económico definen nuestro día a día. Nos despertamos en la mañana, viajamos en la incomodidad del transporte público o de nuestros propios automóviles a una oficina, pasamos allí sentados ocho horas o más (tristemente, a veces sólo justificamos nuestro salario con nuestra presencia), de vez en cuando tenemos dinero suficiente para visitar un restaurante o bar y, por último (de vuelta a casa), nos hundimos en las pantallas de nuestros teléfonos celulares mientras llega el momento de dormir. No es, por supuesto, la rutina de todos, pero sí de muchos, y esos hábitos colectivos terminan por imponer la manera particular como una sociedad concibe el tiempo y el espacio.
En una página entrañable y cálida sobre su admirado discípulo Julio Cortázar, Jorge Luis Borges definió el tiempo como “la materia de que estamos hechos”. Además de hermosa, la definición es precisa. Sigamos el ejemplo de Borges y Cortázar (o de Henri Lefebvre y Robert Darnton): reflexionemos sobre el tiempo, pero de manera inteligente, productiva, más allá de los fetiches numerológicos y el sistema decimal.
Manchamanteles
Todo parece indicar que el ya no tan nuevo régimen que actualmente gobierna nuestro país dedicará cada uno de los seis años de su administración a una figura emblemática de la historia de México. Ha terminado el 2019, “Año del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata”, y comienza el 2020, “Año de Leona Vicario, Benemérita Madre de la Patria”. A diferencia de Zapata, en el caso de Leona Vicario no hay una justificación numerológica, pues en 2020 no se conmemora ni el bicentenario de su nacimiento ni el de su muerte ni el de algún hecho de su vida particularmente relevante. Sin embargo, desde una perspectiva política, este reconocimiento tiene total pertinencia, pues, en un momento crucial para la lucha por los derechos de las mujeres en México y el mundo, es fundamental tener presente a una de las más altas representantes del feminismo mexicano. Vale la pena recordar, por ejemplo, la respuesta que Leona Vicario dio a don Lucas Alamán —baluarte del conservadurismo mexicano de ayer y hoy—, quien anteriormente había declarado que las mujeres insurgentes no habían seguido una causa, sino a sus maridos. Las palabras de Leona Vicario —en las que resuena el eco de la célebre Respuesta a Sor Filotea, que Sor Juana Inés de la Cruz envió al obispo Manuel Fernández de Santa Cruz siglo y medio antes— son las siguientes: “Confiese, señor Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres, que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los sentimientos de la gloria y la libertad no les son unos sentimientos extraños. Antes bien, vale obrar en ellos con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea cual fuere el objeto o causa por quien los hacen, son desinteresados, y parece que no buscan más recompensa de ellos que la de que sean aceptadas. Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas y, en este punto, he obrado con total independencia y sin atender las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres”.
Narciso el Obsceno
(Antiplegaria fallida de Narciso para una década)
Narciso piensa que no existe ni el tiempo ni el espacio, ya que tiene su propio tiempo y su propio espacio. No puede haber problema alguno a su alrededor, pues Narciso dispone de su propio mundo encapsulado: se contempla y se contempla, se escucha y se escucha, y nunca se aburre. No puede vivir: desafía a la muerte desde su solipsismo. No le importa la realidad de su aspecto físico, pues se idealiza perfecto. ¿Quién no? Niega la realidad circundante para actuar desde su propia realidad. Por ello desconoce al otro y, cuando el otro le recuerda que existe un tiempo y un espacio en el que habita el resto de la humanidad, Narciso se niega totalmente.