Carlos Arturo Baños Lemoine.
El pasado 10 de enero, por la mañana, una menor fue hallada sin vida en el Ejido Faja de Oro, Municipio de Cacahuatan, Chiapas. La occisa también mostraba signos de abuso sexual.
Los aldeanos, en un arranque de irracionalidad propio de la mitología feminista, responsabilizaron de este abominable delito a Alfredo “N”, solo porque tiempo atrás había estado en la cárcel y porque Fuente Ovejuna esparció el rumor.
Alfredo “N” se convirtió en una víctima más de la androfobia con la que funciona el sistema judicial mexicano y la cultura popular: efecto esperable dado el efecto contaminador del feminismo.
Ya sabemos que, por virtud del nefasto feminismo, el sistema de justicia tiene previamente condenados a todos los varones cuando se les acusa de cualquier delito relacionado con mujeres. La cultura popular comienza a funcionar igual.
A esto se le llama “juzgar con perspectiva de género”. Para los varones no aplica la presunción de inocencia, principio jurídico básico del Derecho Penal Moderno. Tampoco aplica el principio de la carga de la prueba: los varones deben demostrar que son inocentes ante todas las acusaciones de carácter femenino. Tampoco aplica el principio de equidad procesal, porque sobre los varones pesan más cargas dentro del proceso penal que sobre las mujeres.
En pocas palabras, debido al efecto corruptor del feminismo, nuestro sistema de justicia es una vulgar porquería, en donde los varones tienen todas las perder cuando se les acusa de cualquier tipo de “violencia de género”. E, insistamos, la cultura popular comienza a funcionar igual y quizá peor, porque las masas rabiosas se evitan todos los trámites: el linchamiento es el caliente.
Ya sabemos que el feminismo es una forma de irracionalismo, tal como lo hemos demostrado en innumerables ocasiones. Pues, bien, ese irracionalismo ha pasado a los juzgados, a los tribunales y al imaginario colectivo, haciendo que la justicia sea un bien inaccesible para los varones.
La podredumbre ha llegado incluso hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyo Presidente, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, no pierde oportunidad para declararse “feminista”.
El efecto corruptor del feminismo ahora impregna todos los espacios, incluso los más pedestres, populares y vulgares. Por esta razón, Alfredo “N” fue golpeado y quemado vivo. Los irracionales habitantes del poblado Faja de Oro lo golpearon y lo quemaron vivo, porque lo encontraron “culpable” de un delito grave que nunca se la comprobó.
Los aldeanos actuaron con base en la irracionalidad de un acto de fe, de un dogma, al más puro estilo del irracional eslogan feminista “Yo sí te creo, hermana”.
Creer, como acto de fe. Creer, como acto religioso y fanático. Creer, como centro del dogmatismo.
Por un acto de creencia, es decir, de irracionalidad, Alfredo “N” perdió la vida, de forma cruel y despiadada.
Y ya muerto (y muy tarde) llegó la ciencia, es decir, el único conjunto de conocimientos verdaderos y comprobables capaces de sacarnos de nuestra estupidez. Y llegó para demostrar que Alfredo “N” era totalmente inocente… ¡los resultados genéticos resultaron negativos!
Ahora lo sabemos bien. Él no perpetró el delito sexual contra la menor.
Las pruebas de medicina forense (pruebas científicas) demostraron que la niña no fue atacada sexualmente pero Alfredo “N”. Pero de qué servía esto ya: Alfredo “N” había sido cruelmente asesinado por una jauría tan irracional como el eslogan feminista “Yo sí te creo, hermana”.
Alfredo “N” se suma a los varones que han sido condenados y asesinados por seres irracionales poseídos por creencias viscerales que se convierten en dogma… ¡la posverdad!
Los irracionales lugareños fueron a su casa, lo sacaron y condenaron sin prueba alguna y sin posibilidad de defensa, tal como acostumbran hacer las feministas y sus “aliados” (manginos). La policía local sirvió para un carajo. Finalmente, Alfredo “N” fue linchado y quemado vivo ante su propia familia.
Una más de nuestros tiempos canallas; tiempos de imbecilidad colectiva.
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