Rubén Cortés.
El gas pimienta lanzado ayer por el gobierno a normalistas de Ayotzinapa, tras querer entrar a Palacio Nacional, es un ejemplo para las administraciones que se dejaron maniatar por ese y otros grupos, más parecidos a insurgentes urbanos que a estudiantes.
De ahí que sería deseable que la fuerza que recibieron ayer (mediante chorros de agente inflamatorio) les sea aplicada también, desde ahora, para impedir sus actos vandálicos contra particulares, y no sólo cuando intenten molestar al presidente.
Policías militares y personal de vigilancia enfrentaron a los estudiantes, que fueron a demandar plazas automáticas a los egresados de las escuelas normales: intentaron entrar a golpes a donde vive el Ejecutivo… y los gasearon.
La fuerza, la impunidad alcanzadas por esos grupos representaron desde el 2000 el complejo de la democracia mexicana para hacer uso legítimo de la fuerza, y cumplir su obligación de proveer orden y paz social: el principal deber del Estado.
Cómo olvidar que el ingeniero Gonzalo Rivas murió por apagar una bomba de gasolina, incendiada por normalistas en Chilpancingo, los mismos que tienen en la escuela vehículos robados a líneas de autobuses y empresas: los desguazan y venden por piezas.
Y que dentro de la Normal almacenan, para su consumo y venta callejera, la mercancía saqueada durante sus manifestaciones: papitas, refrescos, dulces, pan…todo eso robado en el nombre del pueblo bueno.
Porque Ayotzinapa no el templo de pureza que han vendido, entre ellos muchos de quienes están hoy en el poder, como indica el libro Ayotzinapa y yo. Anecdotario (Editorial Los Reyes), de Jaime Solís Robledo, rector de 1999 a 2000:
“Alumnos cayéndose de borrachos; peleas sangrientas entre ellos; una degradación sexual cotidiana, pero acentuada desde los viernes hasta el domingo. Alcoholismo, riñas, robos y tráfico de mariguana”.
“Mucha gente se va con la finta de que los alumnos solamente faltan a clases durante sus movimientos, cuando trascienden los muros de la escuela y andan en son de guerra contra la sociedad en general; no es así. Esto los fines de semana es un burdel”.
“Las inasistencias a clases son permanentes. Las actividades académicas, deportivas y culturales, pasan a tercer plano, pues constantemente salen al apoyo masivo o de asesoría a cualquier movimiento de inconformidad, sea educativo o de otra índole”.
Sin embargo, todo intento anterior de aplicación de la fuerza contra vándalos procedentes de Ayotzinapa fue denunciado (y aceptado) como una manera de “criminalizar a los estudiantes”.
Una falta de nervio que ha patentado la incapacidad del Estado mexicano para expulsar la violencia ejercida por particulares contra particulares, desde asaltos callejeros hasta secuestros y crímenes del narco, pasando por las marchas de la CNTE o “Ayotzi”.
Ayer, por lo pronto, les rociaron espray de capsicum.