Boris Berenzon Gorn.
A Shoshana Berenzon, compañera amorosa, lúdica e inigualable de esta diáspora
San José, Costa Rica. La vida de Chavela Vargas, su voz, su canto, es para México una huella imborrable. Una huella que se ostenta en el corazón, como la marca que deja al marcharse el amor verdadero. La gran intérprete se fue hace casi ocho años, pero su presencia sigue, de una forma o de otra, arropando a nuestro continente. El rugir de su garganta sigue presente en el tequila, su sabiduría se sigue apareciendo allá donde se escuche una ranchera. En días como estos, cuando voy de una de sus patrias a la otra, es imposible no pensar en ella y en las lecciones que nos dio sobre la tristeza y la soledad.
Discutir la nacionalidad de la Chamana es todo un tema. Los registros aseguran que nació en San Joaquín, Costa Rica, un diecisiete de abril, hace ciento un años. María, Isabel, Anita,Carmen de Jesús, o simplemente Chavela, nunca repudió su patria; sin embargo, abrazó con especial cariño a la tierra que la vio crecer como artista y consolidarse como una de las voces más importantes de la canción latinoamericana. Es cierto que su nacimiento fue un evento que Centroamérica tuvo el honor de presenciar y que tenía el pasaporte dividido (o duplicado, según lo veamos), como lo es también que Chavela era intensamente mexicana. “¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”, sentenció alguna vez. Difícil entender su identidad sin México. Difícil entender la nuestra sin todo lo que Vargas representaba.
“La tristeza es mi amiga”, decía la Chamana y con ello nos enfrentaba a uno de los retos más grandes que, como mexicanos, no hemos sabido resolver: abrazar la tristeza, sin pretender asfixiarla en alcohol, sin querer disfrazarla de ira. Y no es que Chavela no lo haya intentado; pasó una gran parte de su vida sin que se supiera casi nada de su paradero, intentando ahogar las penas en esos licores que, de un momento a otro, dejan de ser los mejores amigos y confidentes para convertirse en los enemigos que te apuñalan por la espalda. Regresó vuelta otra, gracias al apoyo de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, quienes la impulsaron a cantar en “El Hábito”, hoy convertido en el Teatro Bar “El Vicio”.
Como buena chamana, Chavela regresó de su camino de oscuridad con un vasto aprendizaje que compartiría en forma de canciones. Pero no sólo en la música era sabia la cantante, lo era en general con la palabra, ya fuera que la usara en una esporádica entrevista o en los intercambios con su público. Es así como sabemos que para ella la soledad era simplemente el precio a pagar por la libertad. “No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre”, dijo Chavela desde una experiencia seguramente forjada a base de corazones rotos. Había sólo dos opciones: estar sola, pero seguir siendo libre, o estar acompañada, pero aprisionada. Un espíritu como el suyo no podía sino elegir la primera.
Chavela fue una de las grandes artistas que antes de morir vio derrumbarse, aunque fuera por un momento, la barrera insípida que separa a la alta cultura de la cultura popular. Esta barrera tiene cada vez menos sentido, pero no por eso deja de existir. Por eso es una suerte que una intérprete de rancheras que llegó a todos los rincones, a las almas de ricos y pobres, a todas las cantinas de la Ciudad de México, haya llegado también a Bellas Artes.
El trofeo parece trillado, pero sigue siendo un punto de referencia. Estemos de acuerdo o no sobre las personas para las cuales se abre este recinto, éste sigue midiendo el pulso de lo que se considera o no arte en el país, de lo que se legitima o no como cultural. Es cierto, a veces el Palacio se abre por el capricho de las élites, a veces también se abre como medida populista, pero, en lo general, seguimos viendo sus puertas abiertas como una conquista. Y la conquista fue de la Chamana. La conquista fue de su público.
De sobra esta decirlo, Chavela es un ícono también por lo que significó para la diversidad sexual. En un tiempo donde el simple hecho de tener una vida sexual desenfadada, siendo una mujer, era ya una transgresión monumental, la Chamana, orgullosa, no escondía su orientación, sin pedir nunca disculpas por ella ni esperar ningún tipo de perdón. Chavela valoraba como nada la libertad y no estaba dispuesta a ponerla en entredicho por nada ni por nadie.
Quizás es por esta combinación tan ecléctica que Chavela trascendió generaciones. No sólo es la voz de quienes la escucharon en sus primeros años, es el canto de quienes no llegaron ni siquiera a conocerla o verla en vivo. Sus rugidos de dolor siguen siendo replicados de uno y otro lado del mundo. Su sabiduría sigue siendo escuchada aquí y allá. Lo mismo en Costa Rica que en México, Chavela nos acompaña cuando ahondamos en la esencia de la soledad y la tristeza.
Todavía hoy duele su ausencia, pero como ella misma diría: “El amor es un paso. El adiós es otro… y ambos deben ser firmes, nada es para siempre en la vida”.
Manchamanteles
El pasado domingo (3 de febrero de 2020) murió el filólogo franco-estadounidense George Steiner, amante apasionado de las lenguas y las literaturas. Steiner obtuvo sus grados académicos en las universidades de Chicago, Harvard y Oxford, respectivamente. Cultivó la narrativa y la poesía, pero fue reconocido sobre todo por sus ensayos de temas filológicos y humanísticos, entre los que destacan Heidegger (1978), Sobre la dificultad y otros ensayos (1978) y Los Logócratas (2003), todos ellos publicados por nuestro Fondo de Cultura Económica. No es casualidad que, tratándose de un hombre que a lo largo de su vida logró dominar cuatro idiomas vivos (francés, italiano, inglés y alemán) y dos lenguas muertas (latín y griego antiguo), la obra más célebre de Steiner sea Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción (After Babel: Aspects of Language and Translation), publicada en inglés en 1975 y traducida al español por Adolfo Castañón y Aurelio Major (México, FCE, 2001). Descanse en paz George Steiner, y rindámosle el mejor homenaje volviendo a sus páginas y a su Pasión Intacta que siempre nos sugirió como la muestra de la sociedad siempre perpleja ante su palabra plena.
Narciso el Obsceno
Narciso no cederá, no abrirá la puerta al amor, porque el otro sólo está en función de él. Una vez más, pone su lomo (su ego) para que el otro pueda sobarlo. Narciso es invencible. El imaginario de Narciso está atrapado en Narciso, y la supremacía de estar encapsulado en sí mismo hará que el amor se esfume cuando el otro quiera ser eso: otro. Narciso obliga al otro a estar ante él arrodillado, vencido, pero no lo logra, y ésa es la demanda entre unos y otros: “¿por qué no me escuchas?”, “¿por qué no me amas?”. Y Narciso, tramposo como es, se manifiesta en una frase sin fundamento: para autoafirmarse a sí mismo.