Carlos J. Pérez García.

No llegan a desanimarme, o no del todo, y me resisto a dejar estos temas aunque sean tan tristes y poco estimulantes. Tampoco creo en milagros… pero, ante la claridad y contundencia de las tendencias negativas, algo bueno (para México) tendría que suceder.

Pues bien, las palabras pueden ser mucho peores o mejores que la realidad tan lejana al líder y sus fieles seguidores, que lo apoyan de manera incondicional. Veamos ciertos ángulos.

Entre la población en general, su popularidad es enorme y se ve alimentada por sus expresiones más toscas o triviales. Incluso, al contestar nosotros sus excesos, las críticas y burlas (memes) le dan más fuerza y simpatías populares.

Los dichos o refranes, tal como lo he anotado aquí, no necesariamente representan la sabiduría popular. De hecho, aunque a veces reflejen valiosas experiencias, esas frases son útiles sobre todo para memorizar en lugar de tener que pensar, para llenar espacios en discursos o respuestas de entrevistas, para simplificar o explicar lo que es mucho más complejo, o para comunicar propósitos e ideas sueltas en forma muy atractiva… Al menos, esto me parece.

Algunas muletillas o frases pegadoras pueden ir desde una palabra (Órale, zafo…) hasta oraciones bastante integradas con propósitos de impresionar e incluso inspirar en los discursos políticos de la demagogia de izquierda o derecha. Son diversas y muy conocidas las de esta época de tantas mentiras, simulaciones y humildades tan falsas y populacheras.

A su vez, los dicharachos serían frases más comunes y corrientes o bien bromas, payasadas y ocurrencias con alguno de los fines anotados. Suponen verdades convincentes aunque a menudo resulten débiles: o sea, de apariencia obvia o contundente, más que prácticas o aleccionadoras.

Se podría considerar entretenimiento (¡la pura variedad!) pero todo esto acentúa graves riesgos e incluso ha significado más muertes (‘abrazos, no balazos’ o ‘fuchi, guácala’) y un mayor desplome de la economía (‘tecnócratas corruptos’ o ‘tengo otros datos’). Será difícil revertir la inseguridad y la debacle económica, si no se cambian ya ciertas políticas o estrategias.

En materia de seguridad es obvio que hay muchos puntos entre los extremos de la guerra y la bondad, además de otros complementarios. En economía se tuvo un crecimiento anual negativo (menor de cero), que no se había visto en bastante tiempo y se agrava con el aumento de la población en el mismo período (más de 1.5 millones de mexicanos) y una reducción del crucial ingreso per cápita. Aquí, ojo, falta lo peor… en adición a que las risas y otros escapes presidenciales no ayudan en nada.

Vamos muy mal y no se ven correcciones (con o sin autocríticas) ni se escucha a los que disienten y aconsejan… inclusive se insulta y acosa a periodistas o a víctimas que se manifiestan, mientras se habla a favor de las libertades de expresión y manifestación. Esa hipocresía no le va a servir al gobierno.

Bueno, en un artículo reciente (El País, 25/I/2020) Javier Cercas nos dice que “el peor defecto de un político es, aparte de la falta de sentido de realidad y de la ignorancia de la historia, la soberbia”. Aun con sus pretensiones de historiador, nuestro aplaudido y cuestionado presidente cubre esos atributos. Promete un paraíso y se olvida del infierno, cuando nunca podrá darnos el primero ni intenta salvarnos del segundo.

Estos días hemos conocido las cifras finales de crecimiento económico para todo el año pasado, y se confirma el estancamiento recesivo incluso con una contracción que no se había tenido desde la crisis mundial de 2008-2009. Lo peor es que ahora las malas noticias se dan por factores políticos internos, sin haber aprovechado el buen desempeño de Estados Unidos como comprador. Y, además, viene un debilitamiento mundial que no nos ayudará a salir de la depresión aunque el líder iluminado intentara corregir sus errores.

A México le sigue saliendo caro lo barato de su gobierno (una austeridad mal entendida, que nunca equivaldrá a honestidad), a la vez que casi todo empeora con autoengaños como “vamos muy bien” o “tengo otros datos”. Aunque a veces uno se deja engañar, pues no afecta tanto que los políticos ejerzan su profesión: prometer e incumplir, anunciar y postergar, ocultar sus intenciones y jurar en falso. Pero todo tiene su límite y, al mentirnos, los gobiernos también dejan de hacer lo que deberían.

Se dice que el único rasgo previsible de la historia es la imprevisibilidad, y que hay adivinaciones tan difíciles con las que sólo los tahúres más ventajistas, astutos y temerarios se atreverían a apostar. En retrospectiva, digamos, esos fueron los improbables casos de la exitosa transición democrática en España, de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, o de la victoria de Donald Trump en la elección de 2016. Hoy, en su país, podría ser el complejo desenlace de la elección de noviembre, pero no el del juicio político que difícilmente destituirá al presidente.

Acá, oigan, no es posible predecir cuándo acaba de tronar todo esto pero las tendencias reales nos confirman graves dificultades para nuestro país y su gobierno. Dado que no reconocen los errores ni muestran disposición para corregirlos, las desgracias confirmadas el primer año del sexenio dan una mayor probabilidad de fracasos en el segundo. ¡Es una lástima!

En fin, la pobreza aumentó este año y resulta que el ansiado crecimiento dejó de interesarle a AMLO porque él tiene sus propios datos. Sin embargo, nosotros también tendríamos que cambiar las estrategias de insultar y ridiculizar a un mandatario federal que, con esos golpeteos, sólo se ve apuntalado.

* TANTO EN LO NACIONAL como en lo local, la percepción de impunidad lleva a que no creamos en el gobierno ni en la supuesta resolución o el castigo de diversos crímenes. Pero eso ya puede empezar a modificarse a partir de algunos casos en el estado de San Luis Potosí.

El atroz y lamentable asesinato de Aurelio Gancedo habrá sido resuelto con rapidez y tino para que el culpable pague por ello. Como siempre, miren, a muchos les parecerá más atractiva la teoría de la conspiración (una explicación magna para un magnicidio), aunque a veces resulte correcta la aclaración final del asesino solitario.

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