Boris Berenzon Gorn.
Frontera es un concepto trastocado. Las barreras que durante tantos años se ha intentado resignificar vuelven hoy a coquetear con las rígidas implicaciones que han tenido en nuestra historia. Volver al país de origen, hoy por hoy, después de un viaje —así se haya ido como turista o se tenga la gracia de que el bolsillo no esté tan apretado— parece un sueño de oro.
Los mexicanos vuelven a su patria, provenientes de Argentina. Nuestros colegas y vecinos vuelan también a sus hogares, al país hermano, y es imposible no pensar en su alegría, en el gusto de pisar la tierra amada en estos tiempos de incertidumbre.
En otras fronteras, la cosa no deja de ser menos precaria. Al cruzar la línea desde Estados Unidos hacia México, una línea históricamente problemática, cargada de dolores y miseria, las precauciones siguen siendo mínimas. El vecino del norte es el nuevo epicentro del COVID-19 en el mundo y, aun así, las medidas consisten apenas en entregar un folleto informativo. Queremos confiar en las decisiones que se toman desde casa, pero es cierto que a veces se esfuerzan en hacerlo más difícil.
Afuera y adentro la cosa sigue siendo muy dispar. Hoy, los casos superan ya los mil. Se reitera la petición de no salir, se pide a los adultos mayores que permanezcan en casa. Sin embargo, las calles siguen siendo transitadas por los que viven al día, esos a quienes nadie compra hoy su fuerza de trabajo. Me pregunto si como sociedad podríamos hacer algo más, además de ver Netflix en casa. Algo, cualquier cosa, para hermanarnos con tanta gente.
Dijo el escritor Elie Wiesel que el deber de la generación que entraba al siglo XXI era “la solidaridad con los débiles, los perseguidos, los abandonados, los enfermos y los desesperados”. ¿Iremos a cumplir con el designio? ¿O seguiremos viendo cómo sucede el mundo a través de las redes? Wiesel hablaba del “deseo de dar un sentido noble y humanizador a una comunidad en la que todos los miembros se definan a sí mismos no por su propia identidad sino por la de los demás”. Hoy más que nunca me cuestiono el peso de sus palabras. Tendrán el sentido que decidamos darles: como país, como ciudad, como comunidad.