Rubén Cortés.
El sexenio no se acabó como, de manera simplista, sentencian muchos. En cambio, el sexenio sí está perdido. La 4T no hará mucho más de lo que hizo en estos 15 meses, porque no tiene gobernanza alguna, y en lo único que es eficaz es en enervar a la nación.
Ayer, el presidente se esmeró en hacer exasperar a la mitad que no lo quiere, bajándose del coche para saludar a la abuela de un capo del narcotráfico al que hace poco capturó y liberó ipso facto, aun cuando tenía orden de extradición de Estados Unidos.
Por supuesto que el Jefe del Ejecutivo no tiene nada que ver con esa tristemente célebre familia de capos: capturó y liberó al capo, porque en su gobierno no se sabe ni la hora qué es y carece de toda coordinación. Saludó a la señora por mortificar a sus opositores.
Más bien se desvive a diario, no por dotar al país de gobernanza seria y perdurable, de efectividad en el servicio público, sino en ver cómo se divierte más haciendo enojar a sus críticos: a ello dedica casi todas sus energías en público. Es notorio que lo estimula.
Por eso no se echa alcohol en gel en las manos, muestra estampitas de santos, dice que las mujeres están para cuidar ancianos, exhorta a la gente a salir de casa aunque vaya contra las reglas sanitarias del momento.
Por eso dedicó el fin de semana a censurar las energías limpias y saludar con deferencia a una madre y abuela de conocidos narcos: en eso consiste su agenda, en gobernar en el caos, en el enfrentamiento, en la lucha de contrarios.
Usó su fin de semana en esas nimiedades, justo después de que su jefe de pandemias se pusiera serio casi por primera vez en la actual crisis mundial de salud por el Covid-19, alertando a la sociedad a “aprovechar esta última oportunidad de quedarse en casa un mes”.
Bastó que los críticos exigieran al presidente actuar como estadista y que se refiriese al tema en cadena nacional, para que se fuera de gira a saludar de mano, a despotricar de la tecnología, a ser obsequioso con una madre y abuela de narcos.
Sin embargo, detrás de tanto despropósito se alberga la fatalidad: en México no existe ya un andamiaje de gobernabilidad mediante la configuración del gobierno, de las instituciones, de los encargados de las carteras de gobierno. Sólo ejerce el presidente.
En solo 15 meses, la oposición, los gobernadores, las instituciones, la mayoría de los medios, las organizaciones de la sociedad civil, aceptaron que el país sea dirigido por una sola persona: tantas ausencias, propiciaron que el presidente cope todos los espacios.
Y que se divierta como enano.