Alejandro Rodríguez Cortés*.
Nunca será un buen momento para una alerta epidemiológica, pero el coronavirus llega a un México no solo con un sistema público de salud en crisis, sino con una economía debilitada y en contracción por la ausencia de inversión provocada por la desconfianza en las decisiones del actual gobierno mexicano.
No parece ser un panorama halagüeño para enfrentar los desafíos de los próximos meses. El empeño presidencial por destruir el Seguro Popular y echar a andar un Instituto Nacional de Salud para El Bienestar (INSABI) sin reglas claras de operación, hizo colapsar el abasto de medicinas en las instituciones sanitarias públicas, y hacen poco probable el éxito en enfrentar un escenario de pandemia por coronavirus.
Padres de hijos con cáncer y médicos residentes están en las calles como protesta por esta situación, y la distribución de medicamentos adolece de la regularidad requerida. Las empresas farmacéuticas -culpables o no- son señaladas un día sí y otro también como únicas responsables de lo que está pasando, al igual que el cuerpo médico directivo de los institutos nacionales de salud.
Por si esto fuera poco, la economía mexicana detenida sufrirá de la peor forma posible las consecuencias que este hecho tendrá a nivel local. No es lo mismo dejar de crecer por una pandemia que acentuar la recesión por la misma causa.
China, el origen de la crisis sanitaria, dejará de crecer varios puntos esta año. Y México le compra 80 mil millones de dólares en insumos para su industria manufacturera. Aquí tendremos problemas, que acentuarán la caída en la actividad industrial mexicana, que ya acumula 15 meses consecutivos con retrocesos.
Podríamos pensar en sustituir importaciones o en venderle a Estados Unidos lo que le deje de comprar a los chinos. Pero los efectos de la desaceleración serán globales y nuestro vecino también sufrirá las consecuencias.
Mal escenario. No hay mucho para dónde hacerse.
Y si revisamos los mercados financieros internacionales, el panorama no es diferente.
El gobierno de la mal llamada Cuarta Transformación se empeñó durante 15 meses en presumir al tipo de cambio del peso mexicano frente al dólar como una fortaleza de nuestra economía, cuando los factores que lo determinan son externos.
Llegó el momento y la crisis sanitaria hizo que los capitales se refugiaran en el dólar norteamericano, con las consecuencias para las divisas más cotizadas en los mercados, entre ellos nuestro peso, que se ha devaluado y que seguirá depreciándose, a no dudar.
Por el lado del precio del petróleo, fijado en el presupuesto para este año en los 49 dólares por barril, la cotización ya baja de los 40, y aunque el gobierno mexicano ha comprado coberturas para garantizar el precio mínimo, ello no dejará de ser un factor adicional de presión sobre las finanzas públicas mexicanas, que tienen en Pemex y en sus pérdidas históricas recién reportadas (lo doble que al año anterior), un gran problema.
Las calificadoras no serán consecuentes ni siquiera por la incorporación del coronavirus al coctel de la economía mexicana. Hay riesgo latente de reducción de calificación o incluso pérdida de grado de inversión para Pemex, primero, y para la deuda soberana después.
Con el inicio de marzo, mes del Censo Nacional de Población y Vivienda que organiza y ejecuta el INEGI, vienen, inician días difíciles.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz