Miguel Ángel Sánchez de Armas.
Con este nombre se conoce el evento que llevó a la ocupación del puerto de Veracruz por la armada y marines yanquis el 21 de abril de 1914, un martes, hace 106 años.
El saldo de esa agresión fue de 19 gringos muertos y 71 heridos. En la defensa se perdieron 126 vidas, entre ellas las de jóvenes cadetes de la Academia Naval. Hubo 195 heridos.
Me parece oportuno recordar la fecha, que este año pasó desapercibida en el calendario cívico nacional, en beneficio de los ingenuos que creen que con los vecinos se pueden tener acuerdos razonables y civilizados. Lo dijo hasta el cansancio el hermano Dulles: Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses.
Hasta la primavera de 1914, Tampico estuvo a salvo de las hostilidades de la Revolución. El 5 de abril fuerzas revolucionarias atacaron a la guarnición federal estacionada en la ciudad y buques yanquis fondeados en el Golfo frente a la ciudad se aproximaron para evacuar a empleados de las compañías gringas.
El día 9, un esquife del USS Dolphin se internó en una zona restringida del puerto. El piquete de marinos fue detenido, interrogado durante media hora y liberado con la advertencia de no aventurarse de nuevo en la franja.
El incidente fue tan menor que debió olvidarse ahí mismo, pero se convirtió en un incidente internacional. El arrogante almirante de la flota, Henry T. Mayo, montó en cólera por el “insufrible insulto” a su bandera. Exigió castigo para los mexicanos y un “desagravio” de 21 cañonazos para Old Glory.
Las autoridades mexicanas se negaron terminantemente. La noticia llegó a Washington e incendió los ánimos. Desde la tribuna del Congreso un senador gritó: “¡Yo los haría saludar a la bandera aunque tuviésemos que reventar todo el lugar!”.
Washington ordenó a su flota del Atlántico, con los acorazados Kansas, New York y Florida al mando del buque insignia Wyoming y un nutrido convoy de logística y apoyo, poner proa al puerto de Veracruz. El martes 20 en Washington, algunos legisladores subieron a la tribuna del Congreso para exigir una declaración de guerra a México, moción que fue derrotada y sustituida por la de tomar Veracruz.
El ataque comenzó el 21 y en menos de 24 horas tres mil marines habían ocupado la ciudad.
¿Todo por la detención -legal, además de respetuosa, como se ha documentado- durante media hora, de una decena de marinos? ¿Perdieron la razón los diputados y senadores de la patria jeffersoniana? ¿Enloqueció el doctor en ciencias políticas, ex profesor y ex rector de la Universidad de Princeton, Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos?
Las preguntas sencillas, siguiendo el principio de la Navaja de Occam, ayudan a comprender hechos a primera vista inexplicables. Y la tentación de releer a Dumas (padre) y retraducir su apotegma, es irresistible: “Cherchez le pétrole!”
Las circunstancias del “incidente” de Tampico dan pie a suponer que fue un pretexto fabricado en la mejor tradición del militarismo que no osa decir su nombre, para justificar la toma del puerto.
Y como descubrieron los españoles en 1812, los franceses en 1830, Winfield Scott en 1847 y Maximiliano de Habsburgo en 1863, los jarochos no dan la bienvenida a invasores extranjeros y en 1914 tomaron las armas en defensa de la ciudad.
Sin previa declaración de guerra, cuarenta y un barcos comandados por el contralmirante Frank Friday Fletcher bombardearon el puerto de Veracruz aquel 21 de abril. A las once y media de la mañana los primeros yanquis iniciaron el desembarco.
Desde Washington se expidió una “justificación”: detener un cargamento de armas destinado al gobierno de Victoriano Huerta y favorecer a los carrancistas en su lucha libertaria. Wilson estaba tan seguro de que los jarochos recibirían con cánticos y flores a los marines que, está documentado, tuvo un desvanecimiento al enterarse de la carnicería.
El ejército federal al mando del general huertista Gustavo Maas, evacuó la plaza, pero los alumnos de la Escuela Naval, alentados por el comodoro Manuel Azueta, organizaron la defensa. Improvisaron barricadas y cada cadete recibió 250 cartuchos. El fuego se generalizó a la una de la tarde.
La escuela fue bombardeada desde el barco Prairie y ametrallada desde lanchas. A las cinco, los invasores llegaron al centro de la ciudad y a las siete, la escuela fue evacuada ante el avance incontenible del enemigo.
Herido, el teniente José Azueta, de 19 años, enfrentó a los marines con una ametralladora. El cadete Virgilio Uribe recibió una bala que le destrozó el cráneo y murió instantáneamente. Hubo víctimas y civiles heroicos, entre ellos José Gómez Palacio y Cristóbal Martínez. Después de varias horas de combate, las fuerzas invasoras ocuparon completamente la ciudad. El contralmirante Fletcher decretó la ley marcial, intervino los servicios públicos y ocupó la aduana.
Al otro día, 22 de abril, los barcos San Francisco y Chester bombardearon nuevamente la escuela naval. Fletcher, enterado de que José Azueta agonizaba, envió a un médico. Pero el joven marino rechazó la ayuda. “¡Que se larguen esos perros, no quiero verlos!”, murmuró. Moriría el 10 de mayo siguiente.
Como quinta columna, ese mismo año de 1914 las compañías petroleras también lucharon contra el pueblo de México. En la zona petrolera de Tamaulipas y Veracruz, Manuel Peláez se alzó en armas, pagado por las empresas. Aunque negaron entonces y después haber financiado los alzamientos armados, la historia las pone en su lugar.
Tenemos el testimonio del general brigadier Smedley D. Butler, el yanqui más condecorado de todos los tiempos: “Pasé 33 años y cuatro meses en servicio militar activo y durante ese periodo la mayor parte del tiempo fui un golpeador de lujo al servicio de los grandes negocios, de Wall Street y de los banqueros. Para expresarlo brevemente, fui un mafioso, un gángster del capitalismo. Ayudé a que México, y en especial Tampico, fuera un lugar seguro para los intereses petroleros estadounidenses en 1914”.
Y está también el recuerdo del embajador gringo en México durante el cardenismo, Josephus Daniels: “En aquellos días durante la Primera Guerra Mundial, B.M. Baruch, entonces jefe de la Comisión de la Industria Militar, me dijo que algunos petroleros intentaron convencer a nuestro gobierno de que era necesario ocupar la parte de México en donde estaban localizados los grandes pozos petroleros”.
En 1914, hace escasos 106 años, el ejército invasor aguardaba impaciente la orden de avanzar al altiplano para de nuevo colocar a “Old Glory” en la astabandera del zócalo de la Ciudad de México.
Uno de los corresponsales de guerra describió así el ambiente en una carta fechada el 8 de mayo: “Hoy, cuando Wilson ordenó (sic) a Huerta no bloquear Tampico, lo que era un insulto a los negociadores y el acto de un rufián y cobarde, Y UNA (sic) declaración de guerra, todos ensillamos nuestras monturas para avanzar. Luego llegó la noticia de que Huerta no llevaría a cabo el bloqueo de Tampico. Es como vivir en una casa de locos. Todos tenemos la esperanza de que los negociadores se rehúsen a continuar las pláticas. Si tienen respeto por sí mismos, eso es lo que harán”.
Lo dijo el gran George Santayana y no seré yo quien se resista al cliché: quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores.
Servidos, señores.