El coronacvirus y la angustia de no poder despedirse del familiar

CIUDAD DE MÉXICO. La última vez que Karla Rojas Ortiz vio a su esposo vivo fue la madrugada del domingo 5 de abril, cuando lo llevó al Hospital General de Balbuena porque el hombre tenía dificultad para respirar.

Se necesitaron cuatro días para que volviera estar frente a él, pero en esa ocasión sólo pudo ver su cadáver. El COVID-19 le había arrancado la vida a sus 29 años de edad y ella no pudo despedirse de él. Tenía prohibido estar en el hospital.

Karla se convirtió en una de las miles de familiares de pacientes “sospechosos” con COVID-19 en el mundo, que viven la angustia de conocer el progreso o retroceso de la salud de sus parientes desde sus casas. Se convirtió en una de las personas que espera con ansias que suene el teléfono para tener noticias.

La noche en que José Alberto Martínez sintió un dolor agudo en el pecho que le impedía respirar Karla imaginó que se trataba de otro malestar por la enfermedad del corazón que su esposo padecía desde hacía un año. Eran las 3:00 horas del 5 de abril y el médico lo dejó hospitalizado y le avisó a Karla que, de ser necesario, lo trasladarían a otro hospital. No le dio más detalles.

“Lo metí al Hospital Balbuena porque no podía respirar. Él estaba enfermo del corazón. Ahí me preguntaron por qué motivo lo llevaba y les dije que no podía respirar. Cuando entró allí ya no salió. No me dejaron verlo, nomás me llamaron para darme el informe de que tenía también problema de los pulmones”, detalla.

TRASLADO SIN AUTORIZACIÓN

Para las 11:00 horas del domingo, Karla seguía en el Hospital Balbuena. Nadie le avisó que su esposo había sido trasladado al Hospital de Especialidades Belisario Domínguez, el primero de varios que se convirtieron en centros especializados para la atención de pacientes graves por COVID-19 en la Ciudad de México. Hasta ese momento también desconocía esa información.

“Me enteré por un vigilante del hospital que ya venía para acá, porque al doctor se le había pasado informarme que iban a trasladar a mi marido. Ellos me dijeron que si era necesario trasladarlo a otro hospital lo iban a trasladar, pero ellos me dijeron que si era necesario, no me dijeron que lo iban a trasladar.

“Después, cuando yo me enteré, ya venía en camino y me enteré por un vigilante, no por los doctores”, reclama mientras espera a que le entreguen el cuerpo de su esposo.

CUATRO DÍAS COMO SOSPECHOSO DE COVID-19

Durante los cuatro días que José Alberto estuvo internado en el Hospital Belisario Domínguez, el diagnóstico era “sospechoso de COVID-19”. En esos días nunca le confirmaron a Karla que se trataba del virus que estaba cobrando vidas en México (hasta el reporte de la noche del 17 de abril, iban 546 defunciones).

La primera vez que le dijeron que su esposo podría tener coronavirus fue hasta el lunes, por teléfono.

“Aquí lo único que me dijeron es que yo me fuera a mi casa y que yo esperara las llamadas porque todo informe iba a ser vía telefónica. Que yo no podría estar aquí y ya no podría ver a mi esposo porque traía, según, sospecha (de COVD-19).

“Durante todos los informes me dijeron que era sospecha nunca me dijeron que eso era. Él no ingresó al hospital por eso, él nada más fue el corazón y los pulmones”, recuerda.

Aunque inconforme, acató la orden de quedarse en casa. Recibía una llamada todos los días en la que los médicos le daban el reporte de que su esposo estaba grave. El miércoles le dijeron que también tenía problemas renales, lo que hasta ese momento complicaba más la situación.

“Así se la llevaron. Nada más me decían que yo estuviera preparada para lo que viniera porque él ya no iba a pasar. Desde el lunes ellos empezaron a decirme que ya no iba a pasar la noche. En la mañana del jueves me llamaron para avisarme que ya estaba muerto”.

INSISTIR PARA VERLO POR ÚLTIMA VEZ

Karla quería ver a su esposo por última vez. En el hospital no la dejaban, pero ella insistió y una trabajadora social le permitió entrar junto con su suegra. Hasta ese momento todavía no le confirmaban que la causa de muerte era COVID-19. Ella piensa que, durante el tiempo que estuvo vivo, nunca le hicieron la prueba. Todavía duda que tuviera la enfermedad.

La tarde del jueves, Karla y sus familiares esperaban afuera del Hospital en Iztapalapa a que les entregaran el cuerpo de José Alberto. Criticaban la manera en que actuaron los médicos: trasladar sin autorización, que si el paciente se infectó de coronavirus en el mismo hospital, que no confirmar si se trataba o no del virus.

Mientras, una carroza funeraria salía del hospital con otro cuerpo; durante 15 días, a su familiar tampoco le confirmaron si se trataba de COVID-19, pero la causa de muerte en el acta de defunción señalaba “neumonía atípica y probable infección por SARS COV-2”. Minutos después una ambulancia más ingresaba con una paciente nueva.

 

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