Rubén Cortés.
Rumbo a la tercera fase de la pandemia, el gobierno denomina “adaptación de preceptos éticos fundamentales” a la decisión de salvar la vida de los pacientes jóvenes sobre los ancianos. Podrán llamarle como deseen, pero eso es discriminación. Y punto.
Aunque puede ser una discusión bizantina: al argumento de que si hay un respirador artificial se debe instalar a quien vivirá 65 años más que a uno que vivirá siete, se puede oponer que el anciano merece vivir porque toda su vida trabajó y pagó impuestos.
Así que este es un tema que nos marcará por generaciones enteras, que revisarán si hicimos lo suficiente para prevenir llegar a la decisión de definir quién vive o muere, sobre todo conociendo, desde casi medio año atrás, la fuerza de esta pandemia.
Porque ese documento oficial (Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica) está ahí y plantea muy fríamente que:
“Cuando solo tenemos un ventilador y hay dos pacientes; un paciente A de 80 años y un paciente B de 20 años. Supongamos que si paciente A recibe el ventilador, vivirá 7 años más y si paciente B recibe el ventilador, vivirá 65 años más”.
Pero vale preguntar si su aplicación será pareja para todos los ciudadanos, pues la mayoría de nuestra élite gobernante figura en el grupo de las personas a las que se les negaría el respirador artificial si este fuera necesitado por jóvenes. Veamos:
Ejecutivo (66 años), SEGOB (72), SSA (71), SHCP (63), SCT (81), SEP (63), SRE (58), SSP (64), CFE (82), Pemex (59), SENER (54), SAGARPA (65), SECTUR (66), Oficina de la Presidencia (68), FGR (80).
Y son ellos, entre otros, responsables de evitar la discriminación por edad y padecimientos crónicos en la atención a enfermos de COVID-19, así como de haber implementado medidas oportunas y eficaces en el casi medio año que tuvieron para preparar al país.
Porque el COVID-19 se conocía desde diciembre, y en enero se sabía que llegaría aquí, donde, no juguemos con las palabras, las medidas del gobierno fueron tardías: en plena crisis mundial, el Ejecutivo llamaba oficialmente a la población a besarse y abrazarse.
“Hay quien dice que por lo de coronavirus no hay que abrazarse. Pero hay que abrazarse, no pasa nada”, recomendó el presidente el 14 de marzo. Un día antes se celebró en la CDMX el concierto Vive Latino, con asistencia de 40 mil personas.
Esa displicencia provocó falta de presión para adquirir equipos de protección para médicos y población, y hacer las pruebas requeridas. Al contrario, México le vendió mascarillas a China en febrero, para recomprárselas después a 30 veces su costo.
Hace apenas cuatro días, pedimos a Estados Unidos 10 mil respiradores.
Todo muy mal.