El día que nos quedamos en casa / Día 10

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon.

A Santiago Berenzon, la esperanza, en el arribo a sus primeros ocho años.

El contacto físico era mucho más importante de lo que pensábamos. Quizá sea cultural, quizá sea la condición humana, pero hacen falta las palmadas, los abrazos, los apretones de manos que se prolongan tanto como se ha prolongado la distancia. Hoy nos une la orfandad del aislamiento, pero nos separan metro y medio de distancia.

El COVID-19 es capaz de infectarlo todo. Sus daños son palpables no solo en las vías respiratorias; lo trastoca todo: la economía, la cotidianidad, nuestras relaciones. Ha llegado a someternos a todos. Pero no podemos pelearnos con un virus, no podemos llegar a ese nivel de irracionalidad. Lo que corresponde es ser guardianes de nuestro propio comportamiento, vigilar nuestros contactos, mantener consciencia de nuestras manos, guardar las medidas y la distancia. Solo siendo dueños de nuestros propios actos podremos enfrentar este mal.

Quizás este sea un parteaguas, la oportunidad de revisar nuestros actos, de aceptar que no hemos transitado humildemente por el planeta, que lo hemos devorado y que lo hemos explotado sin sentido. Quizás esta sea nuestra oportunidad de detener el daño, de dar un golpe de timón, de renovar la sociedad entera, de cambiar por completo lo que significa ser humano. Quizá, si no la aceptamos ahora, volverá después en forma de una lección aun peor.

Me detengo un momento a respirar. Es una pausa. El tema viaja en todas direcciones y no hacia todas es conveniente seguirlo. Seguimos observando y documentando esta enorme prueba para la sociedad moderna.

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