Alejandro Rodríguez Cortés*.
El señorial Patio de Honor de Palacio Nacional, magnífico aún sin luces ni templetes, quedó solo de nuevo al anochecer de este domingo. Más solo que nunca.
El presidente de la República habló ahí, pero se fue sin dejar certezas, ni siquiera esperanzas ante lo que viene. Desperdició valioso tiempo de Estado, amplia expectativa ciudadana, y simplemente reiteró lugares comunes, frases huecas, rezos conocidos.
Estoy seguro, porque leí algunas líneas veladas o directas, que aún los apologistas de la mal llamada Cuarta Transformación esperaban que el mensaje dominical convocara a la unidad nacional, a la esperanza compartida, al esfuerzo común para salir de la aplastante crisis sanitaria y de las inminentes dificultades económicas.
Pero esas palabras no llegaron. El mandatario prefirió honrar su fama de testarudo que asumir su papel de estadista.
Optó por emular, sin saberlo, al Quijote blandiendo su espada frente a los molinos de viento, sombras engañosas de generadores eólicos o de malvados gigantes neoliberales.
Despreció al consenso mundial que destina millonarios recursos fiscales a la recuperación empresarial para preservar el empleo, y siguió regando el desierto de la pobreza con la regadera minúscula de las finitas transferencias sociales generalizadas.
Ignoró a su mentor político, hijo de uno de sus personajes históricos favoritos y le apostó nuevamente a la polarización, a la división, a la simple dicotomía maniqueísta de los buenos que esperan la magnanimidad del soberano y de los malos que han osado multiplicar la riqueza nacional.
Mintió nuevamente con la presunción de un combustible barato que no se consumirá si la economía permanece detenida, y con el disparate de que somos ejemplo mundial en atender la pandemia del siglo XXI.
Provocó de nuevo a los medios de comunicación, aunque les vendió el favor de regresar los tiempos oficiales, esos que ya no necesita el mandatario porque la propaganda la hace gratis todos los días a las 7 de la mañana.
Agradeció a los bancos, a la par de recordarles quién manda aquí y que el poder político es para ejercerse por sobre todas las cosas.
Se atrevió a lanzar la mascarada de reconocer que no vamos bien en materia de seguridad pública, pero rápidamente cambió de escenario porque las magníficas columnas coloniales de Palacio no toleran las malas noticias.
Le habló a todos y no le habló a nadie.
Simplemente aprovechó el pretexto trimestral para tratar de hacernos olvidar que la tragedia económica en México empezó un año antes de la aparición del coronavirus. Para convencernos de que todo será culpa del microscópico actor.
Jugó con la rumorología, con la esperanza, con la buena fe, con los ruegos por la sensatez republicana y no por las falsas promesas de la austeridad y de la anticorrupción populistas.
Domingo de cuarentena. Horas para esperar lo que nunca llegaría.
Domingo triste, como las semanas por venir.
Como la gran crisis de los siguientes meses… o años.
Desaprovechó su última oportunidad, en 16 meses de gobierno.
¡Pobre México!
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz