Luis Cardoza y Aragón, poeta cumbre del surrealismo guatemalteco

México.- Una vida de migraciones y exilio continuo lograron que el imaginario de Luis Cardoza y Aragón (1904-1992) aterrizara en una obra tan profusa como variada; desde la crítica artística hasta la poesía y la prosa convulsa, que conformaron una biografía única en la literatura latinoamericana y la más importante de la intelectualidad guatemalteca de mediados del siglo XX.

En el marco de la campaña “Contigo en la distancia”, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través de la Coordinación Nacional de Literatura, recuerdan este 21 de junio el 116 aniversario del natalicio del poeta, narrador y ensayista, autor de El río: novelas de caballería (1986) y Miguel Ángel Asturias, casi novela (1991).

Para el también escritor y editor Carlos López, Don Luis le dio seriedad a la poesía guatemalteca, pues la revitalizó abordando temas ontológicos, filosóficos, sociales y existenciales, los cuales no eran comunes en el país centroamericano del siglo XX. “También le quitó la solemnidad y el tufo a moralina que se venía practicando, además de alejarlo de los temas intimistas de la poesía lírica”, comenta en entrevista.

El autor de Helarte de la errata (2005) considera a Cardoza y Aragón “una voz potente en la literatura latinoamericana”, la cual encontró en México su asidero intelectual y el reconocimiento a su trabajo, mediante el cual expresó la gran influencia del movimiento surrealista tras fungir como diplomático en Suecia, Noruega, la ex Unión Soviética y Francia, entre otros países de América Latina como Chile y Colombia.

“Él fue amigo de los surrealistas y eso le abrió otra veta en su intelecto para poder crear, eso lo liberó, por ejemplo, de las ataduras marxistas porque ‘Don Luis’ se convirtió en un referente político, en un patriarca del exilio guatemalteco y tal vez latinoamericano; él jamás traicionó sus ideales, siempre fue consecuente con la revolución y las causas de los pueblos oprimidos y explotados”, afirma.

El escritor guatemalteco Julio C. Palencia estima que el autor de La torre de Babel (1930) y Guatemala, las líneas de su mano (1955) dejó libros, pero su aspiración nunca fue crear literatura: “La mentira del novelista, la tierra baldía del poeta, el desierto siempre inacabado del ensayo. La palabra cardociana es un pedestal, allí brilla el ser latinoamericano, se recrea y alza ante el lector avezado, maravillado”, señala.

En entrevista, el también poeta comparte que el autor de Apolo y Coatlicue, ensayos mexicanos de espina y flor (1944) fue tan surrealista como creacionista, ya que su prosa estaba alimentada de palabra poética, por lo que consideró que en su obra no hay desperdicio y “lo cardociano” no es la literatura de ningún signo: “Es el ser humano, es la existencia aprendida frágilmente con la palabra”.

El Arsenal / Con información del INBAL

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