Alejandro Zapata.
Por más optimismo que quisiéramos imprimir para levantar el ánimo con noticias positivas, únicamente encontramos en el panorama el caos y la zozobra: la pandemia, economía e inseguridad se han apoderado de nuestro andar cotidiano, nos tienen prisioneros en un mundo desconocido, nos envuelven a diario con cifras poco alentadoras e inciertas.
Por si fuera poco, el manejo de la crisis ha dejado mucho que desear, lejos de impulsar un sentimiento de solidaridad, de suma de esfuerzos y de unión ante la adversidad, el enfoque ha sido de confrontación, de descalificación y encono.
Son momentos difíciles y el ambiente se torna propicio para la reflexión, escuchando a todas las partes, que desde sus diferentes ángulos presentan ideas, propuestas y asumen compromisos para paliar el temporal, no obstante, la actitud oficial de no ver ni oír a nadie y pelearse con todos, ahonda la complicada tarea de salir adelante.
La decisión de llevar al terreno político electoral la agenda nacional por parte del Presidente, no solo es rehuir a su responsabilidad como jefe de Estado, sino además el tomar una posición de carácter partidista incitando a la fragmentación social, cuando debe ser punto de cohesión con visión de Estado, centro del diálogo y pilar del entendimiento, socava la institución presidencial.
El virus que azota a la humanidad llegó para quedarse y esa circunstancia nos hace ver las cosas en otra dimensión, obligándolos a cambiar, la etapa de transición apenas comienza, pues los efectos han sido devastadores a nivel mundial, aquí en México se profundizan por las deficiencias y la poca seriedad para afrontar el problema, que ha causado infinidad de muertes y muchos cuestionamientos.
A ello se agrega la devastación económica, con la consecuente pérdida de empleos y el engrose de muchas familias que ahora se encuentran en situación de pobreza, aspecto relevante que debe atenderse a la brevedad, sin embargo, es prácticamente imposible que desde el centro se lleve a cabo.
Es obvio que el sistema de coordinación entre los diferentes órdenes de gobierno se encuentra lastimado, la pretensión de centralización en facultades, recursos, toma de decisiones e implementación de acciones, ha dado pauta para fundados reclamos por parte de Gobernadores y Alcaldes.
Así, se les ha denominado “la rebelión de los Gobernadores”, que al igual que múltiples organizaciones han puesto sobre la mesa sus propuestas alternativas en aras de explorar mecanismos que ayuden a mejorar el desastroso escenario, no obstante, el resultado es el mismo, ni los ve ni los oye, simplemente todo es motivado por las próximas elecciones y por lo tanto cualquier pronunciamiento es un ataque en su contra.
Por lo visto, la lógica utilizada en consecuencia tiene un razonamiento diverso al de la generalidad, probablemente en virtud de objetivos distintos, pues sólo así puede explicarse, poniendo ante el desastre intereses de grupo frente a los superiores de la Nación y, ante esa postura difícilmente encontraremos luz al final del túnel.