Carlos Arturo Baños Lemoine.
La capacidad de auto-engaño de López Obrador ya raya en la psicosis, en la demencia senil. No sólo tiene “otros datos”: vive en un mundo aparte, fuera de la realidad. Vive en su propio imperio de cartón, donde él es dios, profeta, apóstol y mártir. La megalomanía, además, es alimentada por millones de esclavos y siervos, que le rinden pleitesía a cambio de las limosnas que reciben de él.
Anclado mentalmente en un pasado idílico y patriotero, López Obrador no puede salir del binomio político liberal-conservador del s. XIX. Se siente héroe nacional a cada paso que da. Siente que en él se encarnan los valores absolutos y los principales pasajes de la “historia patria”.
Su megalomanía, obvio es, realmente refleja un terrible complejo de inferioridad: se siente mucho porque, en realidad, se sabe poca cosa. Insistamos: la gente lo escucha, lo reverencia, lo sigue y lo soporta sólo por el dinero que reciben de él. López Obrador compra su liderazgo, pues: no se lo ha ganado por méritos propios.
¿Qué sería de López Obrador sin sus programas limosneros y sin los “huesos” que reparte? Sólo un anciano más de hablar lento y andar cansino, que ni sus propios hijos soportarían.
Lo peor del tipo es que se siente “todo un liberal”. ¿Sabrá este pobre político lo que esto significa? Es obvio que no. Quién sabe en dónde haya estudiado historia de las ideas políticas, pero es evidente que su formación académica al respecto es pésima.
Veamos…
La esencia del liberalismo es muy sencilla. Parte de la unidad mínima de la sociedad, la “primera gran minoría”: el individuo. Concibe a éste como una persona inteligente de suyo, capaz de tomar decisiones informadas y de asumir las consecuencias de sus decisiones. Todo esto para lograr el máximo de satisfacción vital en el mundo terrenal, en el mundo material.
Para el liberalismo, el ser humano es una entidad libre, racional y responsable siempre dispuesta a maximizar sus goces, sus beneficios. El individuo es un calculador nato: un animal que calcula, que a veces se equivoca en sus cálculos y debe pagar el costo por ello. Cada individuo es la medida de sí mismo: el egoísmo es una virtud, siempre una virtud.
Y cuando dos o más egoísmos se juntan, surge la gran institución del mundo social: el contrato, que no es otra cosa que un acuerdo de voluntades donde cada parte mira por su propio interés.
Un contrato es un encuentro voluntario de dos o más egoísmos. Sólo debe ser válido, legal y legítimo todo aquello que se fundamente en un contrato.
Por ello, el contractualismo es la mejor expresión social, política y jurídica del individualismo.
Pues bien, todo está dicho: esto es esencialmente el liberalismo. Todo lo demás se deriva de esas ideas básicas.
¿Es liberal López Obrador? ¡Por supuesto que no! De hecho es casi lo opuesto al liberalismo. En su binomio decimonónico, él estaría más cerca del conservadurismo de lo que cree.
Sólo unos ejemplos:
Libre mercado
Los liberales defendemos el libre mercado frente a todos sus enemigos: el mercado cautivo (monopolio y oligopolio), el proteccionismo, el estatismo, la burocracia obesa, las mafias sindicales, el exceso de normas para hacer negocios, etc.
¿Liberal López Obrador cuando se obstina en frenar el libre mercado con medidas interventoras por parte del Estado?
Allí están los ejemplos de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad: cuasi-monopolios ineficientes y caros. Y allí está el cuasi-monopolio del servicio educativo, con mafias sindicales como el SNTE y la SNTE.
Quien de veras es liberal vive obsesionado en ampliar y fortalecer la actividad de la iniciativa privada dentro del mercado, a través de la libre competencia, para que sean los consumidores quienes premien al empresario eficiente y castiguen al empresario ineficiente.
¡Por favor, López Obrador es un obstáculo para el libre mercado! ¡No puede autoproclamarse “liberal”!
Facilidad para hacer negocios
Para el liberalismo, el gobierno es un mal necesario. Lo mejor que puede hacer el gobierno es “no estorbar”: laissez faire.
Pero como el gobierno está compuesto por burócratas huevones y parásitos, vive de hacer y multiplicar reglas idiotas, trámites idiotas, papeleos idiotas. El primer punto básico para estimular la iniciativa privada es la simplificación administrativa, cosa que no tiene el gobierno de López Obrador.
Para emprender, además, se necesita seguridad jurídica y seguridad física (a las personas y a las empresas).
El gobierno de López Obrador es una amenaza a la seguridad jurídica: sus caprichos cancelan contratos, cancelan inversiones, cancelan proyectos.
Y, en lo que respecta a la seguridad pública, pues ahí están los hechos y los datos: ha aumentado la delincuencia, especialmente el crimen organizado, y las empresas están mirando cómo hordas vandálicas, especialmente “anarquistas”, feministas y magisteriales, destruyen o merman las propiedades pública y privada. López Obrador y sus escuderos no respetan, pues, los derechos de propiedad.
¿Y qué decir de la infraestructura necesaria para potenciar los negocios? Caminos en mal estado, fuentes energéticas caras y obsoletas, ineficaz transporte de pasajeros y de carga, suministro insuficiente de agua potable y tratada, etc.
¿Cómo se puede auto-proclamar “liberal” un gobernante que dificulta los quehaceres de la iniciativa privada y permite el menoscabo de los derechos de propiedad?
Drogas, prostitución y armas
El liberalismo siempre ha proclamado y defendido la libertad de comerciar con base en los propios intereses. Y el mercado funciona mal cuando el gobierno, por la razón que sea, obstaculiza el comercio libre.
Un gobierno que se diga “liberal” debe regular inteligentemente el comercio legítimo… ¡no prohibirlo ni castigarlo!
¿Cuántas áreas de la economía se mueven en la ilegalidad o en la sombra de la clandestinidad sólo por decisiones idiotas del gobierno? Muchas, pero destacan tres: las drogas, la prostitución y las armas.
Mucho es el dinero público que desperdicia el gobierno para combatir “delitos” que no deben ser considerados como tales, porque sustancialmente se trata de actividades en donde la gente no es obligada a actuar de determinada forma. Hay “delitos” que en esencia sólo son actos mercantiles, donde la gente concurre de forma voluntaria.
La producción, la venta y el consumo de drogas deben salir del código penal, salvo pocas excepciones (p.e. dar drogas a niños sin prescripción médica). La gente, no el gobierno, debe decidir qué hacer frente al mercado de las drogas y sumir las consecuencias de sus actos.
Igual se debe proceder con la prostitución cuando se ejerce de forma libre, voluntaria y salubre: lo que se debe castigar penalmente es el proxenetismo. La prostitución bien regulada incluso sirve para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual.
Y, en cuanto a las armas, un gobierno “liberal” no sólo debe respetar y promover los derechos a la auto-protección y a la legítima defensa: debe, también, procurar que los ciudadanos obtengan los medios idóneos para ejercer esos derechos.
La Segunda Enmienda de la Constitución de los EEUU tomó cuerpo en nuestro artículo 10 constitucional, pero resulta que, en México, existe un monopolio del comercio de armas (SEDENA) y un infierno burocrático para sólo acceder a calibres pequeños. ¿Esto es propio de un gobierno “liberal”?
Así, pues, López Obrador no se puede llamar a sí mismo “liberal” cuando obstaculiza el ejercicio de derechos ciudadanos, al tiempo que nos hace gastar mucho dinero a lo tonto.
Programas sociales: limosnas clientelares
Fundamental para el liberalismo es que cada persona genere su propio ingreso, para pagar sus propias facturas y las de sus dependientes económicos. Que cada quien se gane la vida y asuma sus responsabilidades.
La “caridad”, como ayuda al otro, es válida cuando cada quien decide, con sus propios recursos, sufragar algunas necesidades de algunos de sus prójimos: dinero privado para causas particulares.
¿Pero qué vemos en López Obrador? Vemos a un miserable traficante de la miseria humana, de la pobreza humana, de las necesidades humanas. Un populista dispensador de limosnas a costa del erario público, para ganarse una clientela electoral y, así, mantenerse en el poder y mantener a su ralea política en el gobierno después de su sexenio.
Un verdadero y auténtico “gobierno liberal” no da limosnas, menos con dinero ajeno. Lo que hace un verdadero “gobierno liberal” es crear condiciones para que todos los seres humanos puedan generar su propio ingreso, para que no tengan que agradecerle nada a nadie.
La “caridad pública” debe quedar reducida a su mínima expresión; para casos de veras excepcionales. Pero en López Obrador la humillante limosnería es acción de todos los días.
Quien reparte limosnas al por mayor, y a costa del erario público, no puede considerarse un “liberal”: sólo es un vil traficante de la miseria humana, para ganar la aprobación y la voluntad de quien recibe la limosna.
Laicidad
Los liberales defendemos la libertad de pensamiento y de opinión. Esto supone, entre otras cosas, que cada quien puede creer en lo que quiera, aunque sean puras babosadas. Pero, en el ámbito de lo público, sólo deben prevalecer las ideas que resistan la prueba del ácido de la ciencia: lo demás debe quedar en el fuero interno, en la vida privada.
Por ello, cuando de religión se habla, el liberalismo suele referirse a la laicidad como valor civilizatorio: quien quiera creer en fantasmagorías puede hacerlo, pero jamás deberá pretender que sus dogmas religiosos contaminen el espacio público. Es impropio que en el espacio público, que es un espacio de todos, alguien quiera imponer a sus dioses o fantasmas.
¿Y qué comportamiento hemos visto en López Obrador, el fanático evangélico? ¡El uso político de su religión, el cristianismo!
Sobran los ejemplos: López Obrador tienen todo el derecho de creer en lo que quiera, pero el espacio público es laico por naturaleza, porque un contrato social llamado constitución determina que sólo la razón debe hacerse valer en el espacio público, dejando para el fuero interno y privado el dogma personal.
Muchas veces hemos visto a López Obrador apelando, en actos de gobierno, a su dogma específico, que coincide con el dogma mayoritario de la población mexicana, en virtud de la inercia cultural. También lo hemos visto referirse a la moral cristiana como si ésta tuviera que ser norma de vida para todos los gobernados. ¡Y ni qué decir de sus peroratas y sermones de “ética” en sus habituales “mañaneras”!
Insistamos: se trata de un uso político de la religión… ¡cosa que resulta reprobable para cualquier liberal que se precie de serlo!
Conclusión
Pues, bien, y para no extendernos porque con estos ejemplos basta, debe quedar claro que el Nerón de Palacio Nacional no puede auto-proclamarse LIBERAL, porque no lo es.
Andrés Manuel López Obrador es un vulgar demagogo amante del estatismo, del intervencionismo, de la limosnería clientelar, del uso político de la religión y del entorpecimiento de muchos derechos civiles… ¡todo esto contrario al verdadero y auténtico liberalismo!
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Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.