Alejandro Rodríguez Cortés*.
Justo a un año de que se celebren elecciones federales para renovar la totalidad de la Cámara de Diputados y elegir a 15 gobernadores, el presidente de la República puso su apuesta en la mesa y lanzó su resto: el volado de estar a favor de la mal llamada Cuarta Transformación o en contra de Andrés Manuel López Obrador.
Lamento la arenga presidencial, porque sigue apostándole a la polarización para mantenerse políticamente erguido con el apoyo de su base dura en medio del desastre en que se encuentra México: tragedia económica, de seguridad, sanitaria y, para colmo, social.
No estoy de acuerdo en que las opciones en México se reduzcan a una chocante guerra de buenos y malos, y mucho me apena que todo un gobierno que dio esperanza a millones de mexicanos naufrague en un simple referéndum el 2021. Un ejercicio de renovación de votos para un noviciado inútil.
Pero el presidente lanza su desafortunado llamado y yo lo atiendo.
Estoy en contra de la recesión económica y en contra de que se culpe de ella exclusivamente a la pandemia cuando ésta se gestó más de un año atrás en yerros y ocurrencias de políticas públicas y decisiones de gobierno.
Estoy en contra de que se haya perdido un año completo en engañar a la iniciativa privada, al capital, con condiciones de seguridad para la inversión que nunca llegaron ni llegarán.
Estoy en contra de que se haya inventado una guerra inexistente contra el robo de combustibles, el ya olvidado huachicol, para justificar la torpeza a la hora de manejar una crisis de abasto energético.
Estoy en contra de hacer el ridículo en una cumbre petrolera de primer nivel y de ser incapaces de jugar en el tablero comercial mundial como una de las pujantes economías emergentes en que ya nos habíamos convertido.
Estoy en contra -y harto, por cierto- de pretextos para tratar de explicar que tuvimos el año más violento en la historia de México, de llamar a los abrazos a quien extorsiona y asesina, de liberar al hijo de un capo y de saludar de mano a su mamá, allá en sus dominios.
Estoy en contra de que la lucha de la corrupción sea un recital de lugares comunes como el de “nos comprometemos a investigar caiga quien caiga”, pero donde emergen nuevos y no tan nuevos intocables, como Manuel Bartlett Díaz.
Estoy en contra de defender a un farsante disfrazado de eminencia médica que todos los días miente sobre las cifras de una epidemia sin control.
Estoy en contra de no destinar recursos fiscales a cuidar la planta productiva y al empleo, con el pretexto de que se va a ayudar a los pobres -que no tendrán empleo- y a los supuestos ricos, que no tendrán empresas, las pequeñas, porque las grandes ahí seguirán o simplemente se irán.
Estoy en contra de nuevos intelectuales orgánicos que no quieren debatir sino adoctrinar.
Estoy en contra de un viejo tren sobre vías del siglo antepasado, que jala vagones grafiteados y desvencijados. En contra de imaginar un lago en el aeropuerto que no pudo ser y una refinería inservible en un lago.
Estoy en contra de un supuesto derecho de réplica presidencial que no hace más que crucificar o pontificar medios de comunicación y periodistas desde el púlpito mañanero.
Estoy en contra de una Comisión Nacional de Derechos humanos vergonzosamente omisa en el escenario de la crispación callejera.
No estoy en contra de usted, señor presidente, como quiere hacernos ver a quienes lo criticamos pero que siempre reconocimos y reconoceremos su investidura presidencial democrática, eso que usted no hizo como opositor.
Estar en contra no me hace traidor a la patria ni defensor de los males nacionales que usted prometió erradicar sin éxito.
Presume, presidente, que usted pone las reglas. Y así lo decidió en esta ocasión: la boleta en la urna del año que entra será un volado entre más de lo mismo -meses perdidos- o la segunda parte de un gobierno constitucional que terminará con los contrapesos que tanta falta hicieron en la primera.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz